Escucho unos pasos familiares trepar por la escalera. Unos pasos que yo había muy bien memorizado. Levanto la cabeza y me doy licencia a mí misma para abandonar por unos inofensivos minutos mi libro. Entonces miro hacia el rellano de la escalera y lo veo. Lástima. Si hubiera aparecido hace dos semanas el color del tomate hubiera subido a mi rostro, mis rodillas hubieran castañeado y mi garganta convertido en arena. Qué lastima. Esos ojos como simas que inspiraron mis versos, ese pelo tan despeinado que mi mano se moría por despeinar más, esos dedos largos que yo deseaba que colonizaran mis mejillas... Ya no más. Las palabras que nacían de su boca fueron mi Biblia, mi Corán, mi Torá... ustedes me entienden... Ahora son retazos demasiado azucarados de un folletín barato. Y ahora se presentaba, justo ahora. Dicen que el amor es ciego y es verdad. El muy despistado toca muchas puertas antes de hallar la indicada. Cupido debería buscarse un bastón y jubilarse de arquero. Me costó mucho arrancarme mi flecha y ahora que lo he hecho no pienso volver a incrustármela. El papel de mártir nunca me ha gustado. Timoneo de regreso a mis neuronas hacia el mundo de los sustantivos, los artículos y los verbos. Él dice su usual rengo “buen día” que dos semanas atrás yo sentía como un mazazo. Otro “buen día” digo yo, casi acusador. Él parece notar el leve gran cambio en la entonación de las sílabas y sus pies dan una muy corta pero no imperceptible retirada. Hace algunos comentarios titubeando. Sí, se ha dado cuenta. Detrás de mi boca ya no asoma brillante la dentadura. Mis manos caminan y culebrean impacientes sobre mi libro como arañas enojadas. Mis ojos están más ocupados inspeccionando mis uñas más que pensando en cruzarse otra vez con sus semejantes, esas lagunas azulinas antaño raptoras de mis castaños inocentes. Lo miro de nuevo. Se quedó sin repertorio, baja el telón. Hace dos semanas un “chau” devastador, hoy una despedida patética. Se da la vuelta y hace de cuenta de que su misión inicial era nada más que visitar la biblioteca. Ya se ha ido. Lo volveré a ver en clase dentro de un par de horas o mañana como mucho pero en realidad se ha ido. Y yo me desmemorizo los pasos que muy bien me memoricé, así como podando un árbol, para reestrenar más tarde ese sentimental rinconcito vacío en el lado frontal de mi cerebro.