HORAS DE MI VIDA
«Y sufro porque te quiero…»
Dulce María Borrero
Fotografía que aparece en el libro «Horas de mi vida». Probablemente la hizo para esta ocasión tan especial.
Existe un anhelo, un deseo intenso de poder sentir la alegría en la obra poética de Dulce María Borrero (1883-1945). Al menos, es la sensación que su poesía me transmite. Pero ese anhelo no es más que un ensueño. Dulce María Borrero arde en la hoguera que alimenta la desesperanza; aunque, a veces, un rayito de sol la alcanza.
Amor y patria son los asuntos que la poetisa desgrana en sus versos de ondas tristes, versos que son como selectas serenatas para un público aquejado por la angustia existencial. Pero Dulce María Borrero no se queda en la frivolidad de exhibir un rostro abatido por el llanto. Ella lucha contra la desconfianza que la sociedad de su tiempo le produjo. Ella se muestra inconforme con las causas que le sirven para expresar sus emociones. Ella es la protagonista de sus propios poemas.
Dulce María Borrero no describe historias de otros, no. El Yo individual, que tanto marcó al Romanticismo, late en su poesía, que expresa sus ideales a través de la belleza; pues Dulce María se aleja de todo lo que puede resultar vulgar. La belleza se muestra en la hechura, en la forma en la que se expresa.
La poesía de Dulce María es un barquito de papel que navega entre dos orillas de un caudaloso río: en una de esas orillas habitan los románticos desde hace tiempo; en la otra, los modernistas comienzan a construir castillos de altas torres, donde princesas aguardan ser rescatadas con escaleras construidas por palabras rebuscadas.
Intimista, inconforme y melancólica es la obra poética de Dulce María Borrero, obra que se apoya en la naturaleza y en las estaciones del año, preferentemente en aquellas donde la luz es interrumpida hasta la llegada de la primavera.
La noche, el invierno, la muerte, la patria, el amor que no cubre los deseos más profundos. Las sinestesias, el ritmo, la musicalidad de los versos y esa forma de coser una palabra a la otra para entregarnos un poema armónico son los pilares que sostienen sus emociones y sus impresiones. En su poesía, la forma está al servicio de los sentimientos, y no a la inversa.
José Martí, al referirse a sus versos dijo que estos no estaban escritos «en tinta de academia, sino en mi propia sangre». Esta descripción, que podemos leer en sus Obras Completas, también es aplicable a la poesía de Dulce María Borrero. Basta con leerla para darnos cuenta de que estamos ante una mujer que nos muestra no lo que contempla, sino las impresiones que le causan lo que observa. Sus poemas muestran un temperamento disconforme.
Horas de mi vida es el único poemario que Dulce María Borrero publicó. Se editó en Alemania en 1912, en una colección llamada Autores-Hispanoamericanos. Fue editado por Casas Editoriales, J. Katz Verlag & Sánchez y Rosal Hermanos.
Horas de mi vida recibió el Primer Premio y Medalla de Oro de la Academia Nacional de Artes y Letras; Academia de la que, por cierto, Dulce María fue miembro.
Lírico, hondo, sensual y triste, así es Horas de mi vida. Un libro que agrupa otros más pequeños, como son: Gotas de llanto; Reminiscencias; Lauros sangrientos; Flores de amor y de melancolía; Albas lejanas; La siembra de la muerte; Amor y Horas crepusculares.
Sesenta y seis son los poemas recogidos en el volumen. De estos, he seleccionado catorce, que son los que podrás leer a continuación. De ellos, son mis preferidos A Berta Juana, que creo está inspirado en su hermana Juana Borrero; O sin nombre, que está dedicado a los Versos sencillos de José Martí; Tierra propia, que es un canto a la libertad; Desvaríos, por cómo muestra la intensidad del amor y Mayo, que lleva ánimo a la poesía de Dulce María Borrero.
Acompaño los poemas con las flores de Martin Johnson Heade (1819-1904), artista norteamericano que viajó por Latinoamérica y quedó impresionado por la flora y las aves de los sitios que visitó. Martin Johnson Heade fue retratista, aunque la pintura que lo encumbró fue la de sus paisajes. Heade es representante de un luminismo de corte romántico.
(Dos curiosidades: Una, dicen que a ella los cubanos le debemos el Día del padre. Otra, en 1914, junto a otros intelectuales, firmó un documento que solicitaba al Congreso de la República la aprobación de la Ley del divorcio.)
Dulce María Borrero declaró: «Jamás he conocido ni estudiado la retórica, y no sé tampoco lo que es pulir o retocar una composición».
POEMAS
Ofrenda
«A la memoria sagrada de mis padres; a mi hermana Juana; y a ti, que me acompañas por la Vida, tendiendo heroica y silenciosamente el amoroso terciopelo de tu corazón sobre las agudas espinas de la senda, consagro este libro.»
Magnolias en paño de terciopelo azul, Martin Johnson Heade, óleo sobre lienzo, 1890.
De GOTAS DE LLANTO
A Julio Flórez
AMOR Y ENVIDIA
Ansío besar tus ojos
cuando están llenos de lágrimas,
para endulzar con mis besos
el amargor de tu alma.
Y otras veces, si la risa
agita sobre tus labios
sus alas, en sangre tintas,
para amargar tu alegría,
en ellos mi acerbo llanto
verter quisiera, alma mía.
LA VIDA ES CORTA
En nuestro ardiente y triste desvarío
no volvamos la vista hacia el pasado.
¿Quién puede dar calor al pecho frío,
ni volver a gozar lo que ha gozado?
¿Por qué te inquieta el porvenir sombrío?
Gocemos del presente, oh, mi adorado.
Cuando vengan las penas y el hastío,
¿quién habrá de saber si hemos llorado?
CANTAR
Se abren dentro de mi alma
las flores del llanto mío,
como florecen las rosas
en un sepulcro vacío.
EN SUEÑOS
Una vez, del espacio en las alturas,
se acercaron, fugaces, dos estrellas;
temblando se besaron, y al fundirse
en su radiosa luz, traidora y pérfida
las separó para jamás reunirlas,
el ala torva de la noche negra.
¿Te parece imposible? Pues, escucha:
en mi imaginación, yo era una de ellas,
y tú la otra que a besarme vino,
y al abrazarme en tu ternura inmensa,
para siempre jamás, ensueño mío,
pérfida y cruel, nos separó la ausencia.
Orquídea y colibrí cerca de una cascada, Martin Johnson Heade, óleo sobre lienzo, 1902.
De REMINISCENCIAS
A Francisco Villaespesa
HACIA LO IGNOTO…
Silenciosas, serenas, lentamente
por el azul del cielo,
como guirnalda de errabundos lirios,
van las palomas blancas del ensueño.
Mi corazón -alondra moribunda-
desde el fondo del pecho
las ve pasar, trazando en el espacio
misteriosos y fúlgidos senderos.
Ay, quién pudiera el luminoso rastro
-dice- seguir por el espacio inmenso;
mecerse dulcemente, como ellas,
en el regazo de la tarde, y luego
desaparecer en el ocaso triste
con las alas tendidas al misterios
-como las blancas velas de un esquife-
en el mar de la sombra y el silencio.
Las ve pasar serena, lentamente,
como un collar de estremecidos pétalos
que sus pálidas cuentas desgranara
de la tarde en el suave terciopelo.
Las ve desaparecer…
Las ateridas
alas, en vano intenta abrir. Sujeto
está por siempre abajo, esclavo y solo,
en la cárcel sombría de mi pecho.
Entonces, expirante, en su postrera
canción, exhala su postrer lamento…
La tristísima voz de su agonía,
dí, ¿no la reconoces, alma mía,
en la voz de mis versos?…
IRREMEDIABLE
Cubrió el invierno con su helado y triste
manto de nieve las fragantes flores,
y por siempre jamás nuestros amores
tú con el manto del dolor cubriste…
¡Volvió la primavera! ¡Ya se viste
la tierra su ropaje de colores,
y hay flores otra vez, y sus olores
embalsaman de nuevo cuanto existe!
Amado, si a la tierra endurecida,
del azote invernal tras la inclemencia,
sólo un rayo de luz volvió a la vida,
¿por qué el vívido sol de tu confianza
no hace otra vez brotar en mi existencia
nuevas flores de amor y de esperanza?
Amanecer en Nicaragua, Martin Johnson Heade, óleo sobre lienzo, 1869.
De LAUROS SANGRIENTOS
A Félix Callejas
SIN NOMBRE
(Versos sencillos.)
Yo sé de una estrella pura
que surgió en la noche negra…
Y sé que al rayar el día
su lumbre perdió la estrella.
Yo sé de un corazón libre
nacido en esclavo pecho…
Y de una cárcel abierta
para que saliera un preso.
Sé que una paloma blanca
para morir hizo el nido…
Y que hay una sepultura
donde yace un hombre vivo.
Yo sé de un nuevo Jesús
despertando a un nuevo Lázaro,
y sé de una injuria, y sé
de una Cruz y de un Calvario.
Y sé que al bañar el mundo
la sangre de un hombre bueno,
¡la envidia se volvió lágrima,
la injuria se volvió beso!
TIERRA PROPIA
Nuestra es al fin la tierra en que nacimos;
nos pertenece, entera, la isla hermosa,
desde el azul del cielo que la cubre
hasta el azul del mar en que reposa.
Nos pertenecen sus campiñas fértiles,
sus frondas, sus montañas y sus llanos;
sus montes, los que en sangre de sus venas
bañaron, al morir, nuestros hermanos.
¡Ya para siempre es nuestra! Al fin podemos
en dulce calma reposar, soñando
al radioso fulgor de sus estrellas,
o de sus palmas al arrullo blando.
¡Vivir bajo el sol! Bajo su ardiente
límpido sol de incomparable lumbre;
tocar, desde el abismo tenebroso,
del Ideal la luminosa cumbre.
Sentir el corazón abrirse al dulce
misterioso poder de la esperanza,
y mirar el recuerdo del pasado
como un sueño borrarse en lontananza.
Por ella respirar, y entre sus brazos
cuando, helada, la muerte nos sorprenda,
dar a su seno nuestra propia vida,
de nuestro amor como postrera ofrenda.
Y a cambio del asilo que nos brinde
en su verde pradera o su montaña,
podrán, como dulcísimo tributo,
nuestros despojos abonar su entraña.
¡Libres al fin! Si suspirar pudieran,
cuál suspiraran por igual ventura,
los que dejamos para siempre esclavos
en estrecha y lejana sepultura.
Jarrón con lirios de maíz y heliotropo, Martín Johnson Heade, óleo sobre lienzo, 1863.
De FLORES DE AMOR Y DE MELANCOLÍA
A Américo Lugo
EL ÚLTIMO MILAGRO
Sobre el último niño moribundo
que arrastró la esperanza hasta el sendero,
hizo Jesús en el ingrato mundo
el milagro postrero.
Ya la afligida humanidad no intenta
hallar a Cristo al borde del camino,
ni descubre la llaga purulenta
a los ojos del médico divino…
En vano busca, torpe, en su pobreza
alivio a sus dolores infinitos;
avergonzada oculta su tristeza
y se calla el pecado de sus gritos.
Con los brazos tendidos en la sombra,
Cristo va por la senda todavía,
y de su inmensa soledad se asombra
sobre la tierra silenciosa y fría.
A BERTA JUANA
Pura, dulce criatura,
mezcla de ensueño y pasión,
feliz tú, que por ventura
no entiendes esta canción
de tristeza… La amargura,
cual mortaja prematura
envuelve mi corazón.
Si abro en silencio la cuna,
nido de seda y de tul,
donde duermes, Berta Juana,
no sé por qué pienso en una
tumba olvidada y lejana,
que envuelve un rayo de luna
en tenue fulgor azul.
O si en lágrimas bañados
contemplo tus ojos bellos
de celeste claridad,
por ellos pienso en aquellos
ojos profundos, rasgados,
ya para siempre cerrados,
y en perenne soledad.
Mas, cuando el contento agita
en tu roja boca en flor
sus alas, y te sonríes,
como aroma de alelíes
sobre mi angustia infinita,
en mi espíritu deslíes
suave perfume de amor…
Y al abandonar la cuna,
nido de seda y de tul,
donde duermes, me parece
que, o su sepulcro se mece,
o tu lecho desaparece
muy lejos, y que la luna
lo baña en su lumbre azul.
Y surge mi verso triste
del fondo del corazón.
Dichosa tú, que viniste
de la encantada región
en donde el dolor no existe.
Feliz si no comprendiste
mi canción.
Flores de la pasión con colibríes, Martin Johnson Heade, óleo sobre lienzo, 1883.
De ALBAS LEJANAS
A Fabio Fiallo
A LA LUNA
Oh, tú, la pensativa, la enamorada,
del jardín de los cielos, flor de las flores,
incansable paloma, viajera pálida
de la góndola negra. No me abandones,
amiga de los tristes; gota del alma
de Dios, que entre sus labios la reina Noche
guarda, como en un búcaro de azur y plata.
Mi eterna silenciosa, mi castellana,
del espacio en los lúgubres corredores
oye de mis tristezas la serenata,
y haz que en la negra noche de los dolores
como blanco rocío caigan sus lágrimas
sobre las azucenas de mis amores.
DESVARÍOS
Y no puedo en mi agonía
agonizar con mis penas,
porque tu carne es la mía
y arde tu sangre en mis venas.
Con deliciosa fruición,
-si al herirme no te hiriera-
en mi desesperación,
con mi propia mano abriera
mi cobarde corazón.
Quisiera en mi desvarío,
ser tuya, llamarte mío,
y después… aborrecerte,
porque siento el roce frío
del labio blanco y vacío
con que nos besa la Muerte.
En mi propio corazón
cupo el odio, la aflicción,
la duda, la compasión,
la tristeza y la alegría…
¡Pero jamás, alma mía,
jamás cupo la traición!
Y sufro porque te quiero,
porque eres noble y sincero,
porque tu vida es mi vida,
porque al herirme te hiero,
porque me duele tu herida,
y en la triste despedida
al decirte adiós, me muero.
Mariposa azul, Martin Johnson Heade, óleo sobre lienzo, 1865.
De HORAS CREPUSCULARES
A Enrique José Varona
VISIÓN AZUL
A mi madre
Por el blanco sendero solitario
que el ocaso en sus sombras envolvía,
bajo la leve túnica sombría
de los sauces -melódico sudario
que cubre el ancho campo funerario-,
iba con mi dolor, y el alma mía
en alas del recuerdo se perdía
en un mundo de luz, imaginario…
La cruz de tu sepulcro, negra y muda,
sin una flor, y trágica y desnuda,
me abrió sus brazos, y al caer de hinojos
a sus pies, de amargura el pecho lleno,
miré allí, florecidos sobre el cieno,
los tristes misiotis de tus ojos.
MAYO
Llegaste, Mayo… Estremecida siente
la tierra el beso de tu luz primera,
y se despierta a su caricia ardiente,
perfumada y riente, la pradera.
En los nidos ocultos, de repente,
vibra una nota; el ave que te espera
abre el ala de raso, y dulcemente
canta, porque volviste, primavera.
¡Ay!, tiende tu oloroso y fresco manto
de corales tejido y de ilusiones
por sobre la miseria de las cosas.
Que son, bajo él, rocío nuestro llanto;
tus rosas, encendidos corazones;
y nuestras almas, blancas mariposas.
La entrada Dulce María Borrero. “Horas de mi vida”. Poemas. se publicó primero en El Copo y la Rueca.