Siempre me gustó más el oeste de Londres. Me chifla el encanto boho-chic de Notting Hill, y cuando vivía allí me recordaba mucho a Chueca, mi barrio de Madrid. Y adoro el aire señorial de South Kensington, donde me instalé la primera vez que pasé una temporada en Londres. Y qué decir de Chiswick, para mí el barrio más bonito de todos y en el que también he vivido. Se me cae la baba admirando las casas de la zona y paseando a la vera del río, entre pubs del siglo XIX y parques frondosos y dulcemente solitarios.
En fin, que yo era una West End Girl de corazón. El este me parecía feo, caótico y cutre. Pero con el tiempo también descubrí sus encantos. No soy la mayor fan de Shoreditch, que me parece un Malasaña en versión sofisticada, pero me perdería durante días en las zonas que están un poco más arriba. Dalston, con su exquisito mercado callejero que te transporta a algún lugar indefinido de África o Jamaica, sus cafés destartalados y las calles oliendo a marihuana. O el delicioso Stock Newington, con sus bistrós y sus tiendecitas un poco pijos, pero siempre encantadores. O el paseo desde Angel hasta Victoria Park bordeando el canal, entre barquitos y estudios de artistas.
Después de sumergirme en el colorido, el caos, la diversidad y el dinamismo del este, me parece que el oeste es rancio, soso y falto de vida. Pero al final, ¿para qué comparar? Lo más excitante de Londres es que en apenas una hora de diferencia puedes desayunar frutas caribeñas entre abuelas de piel tostada vestidas con telas multicolores y después tomar el té con sus correspondientes scones y sándwiches de pepino en Fortnum & Mason.
¿Este u oeste? ¡Los dos! Y sur, y norte…