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Los alimentos siempre han estado presentes en la historia del arte. En un primer momento como modelo - el frutero elevado a la cateogría de arte a manos de Caravaggio (Milán, 1571 - Porto Ercole, 1610) - y más adelante se introdujo un componente simbólico - los oníricos huevos fritos de Dalí (Figueres, 1904-1989)-. En la segunda mitad del siglo XX, además, se da a la comida importancia como material, con una corriente que convierte los comestibles en materia de los objetos de arte, el Eat Art, un arte sensorial en el que, además de la vista, intervienen el olfato y el gusto.
El trabajo percursor de esta corriente fue la obra de Daniel Spoerri (Rumanía, 1930), Palindromic Dinner (1967) en la que, usando como materia prima los desechos del vecindario, ponía de manifesto el brusco cambio que el ritual de la comida había experimentado con el nacimiento de la sociedad de consumo. Esta importante carga simbólica sedujo a un grupo de artistas que, durante décadas, han mantenido la comida como tema de exploración artística.
En el aún protagonista París de los sesenta, la pareja formada por Dorothée Selz (París, 1946) y Antoni Miralda (Terrassa, 1942) basó su trabajo en el dúo comida-arte, en unos rituales públicos en los que el color era el elemento fundamental y la comida ejercía un importante papel en el simbolismo de las acciones. A partir de estos happenings, Selz siguió con la alimentación como materia constitutiva y elemento cromático, y centró su obra artística en la elaboración de enormes esculturas efímeras comestibles a base de dulces, frutas o verduras, que desvinculaban al arte de "lo sagrado". Miralda, a partir de los setenta e instalado en Nueva York, se inspiró en la tradición y el ritual, la liturgia de la comida para sus performances militaristas - en 1973 organizó el Patriotic Banquet en el que, con menús a base de banderas comestibles, protestaba contra la guerra del Vietnam, y Stomack Digital, su última obra, está repleta de montañas de tapers que hablan de dietas, excesos, hambre y dinero - que, con los años, han ido creciendo en simbolismo y también en escala - en 1984 con La Santa comida presentaba siete altares con ofrendas culinarias; y en 1986 inició el Honeymoon Project, una boda tradicional entre la Estatua de la Libertad y Cristóbal Colón en una ceremonia ritual de seis años de duración que implicó el trabajo de millares de profesionales de todo el mundo -.
Ya entrados en el siglo XXI, sigue habiendo artistas que dan una vuelta de tuerca maś al tema de la comida. Alicia Ríos hace apología a la "urbanofagia" convocando banquetes multitudinarios itinerantes en capitales mundiales, donde el ritual es un componente fundamental y el menú está constituido a base de maquetas de barrios y monumentos de las mismas. La alemana Sonja Alhäeuser realiza inquietantes esculturas de carácter expresionista usando mantequilla, mazapán o chocolate como materia prima. Y el arte efímero de Laurent Mariceau busca provocar sensaciones en el espectador que, al ser invitado a comerse autorretratos escultóricos de chocolate, es tratado como consumidor.
Sírvanse ustedes mismos.
[Imagen: Antoni Miralda, Traiteurs coloristes, 1970]