Revista Talentos
Ebria conciencia
Publicado el 20 febrero 2015 por Isabel Topham
Harto de ver siempre a papá llegar borracho a las tantas de la madrugada a casa, que le espere mamá en la penumbra del salón con la cabeza baja escondiendo alguna que otra lágrima que resbalaba por sus mejillas por no saber reprimir aquella impotencia con la que se encontraba cada noche, y esperar allí sentado, en silencio, callado, sin que nadie sepa que estoy viviendo aquella sucia y terrible realidad. No soy capaz de volver a ver cómo mi padre le pone una mano encima a mi madre inconscientemente, para mi sorpresa y la de todos, me levanto y acto seguido le sujeto el brazo a mi padre paralizando la situación grabándose en mi cerebro la imagen de ver a mi madre sollozando mientras se cubre con el brazo parte de la cara para protegerse de la fuerza y el daño que le pudiese hacer mi padre. Nos quedamos durante varios minutos sosteniéndonos la mirada, sin saber qué decir, si es él quién debe disculparse por comportarse así o yo por estar allí; hasta que, toso un par de veces para aclararme la garganta y, sin apenas voz, soy yo quien tomo la iniciativa.- Papá, no me gusta verte llegar así a casa. Ni tampoco me gusta ver a mamá sufrir y tenga que vivir con el miedo a cada noche a esta misma hora. No quiero verte borracho más, papá.- Hijo, no estoy borracho. (Me mira fijamente a los ojos, y en un estado de convicción me señala la puerta para que me vaya) Ahora, vete, por favor. Son cosas de mayores, tú no lo entenderías. - No, el único que no lo entiende eres tú. No sabes lo qué es ver cómo tu propio padre, drogadicto y alcohólico, (voy diciendo mientras cada vez subo más el tono y hablo con bastante dificultad por mis lágrimas) llega cada noche a casa apestando a ginebra y tabaco. ¿Sabes? Siempre que me yo iba a buscarte cuando me encontraba mal, para que me animaras, me hicieras reír y pudiese salir adelante por mal que lo estuviese pasando me decías que había momento malos para tenerlos como referencia y saber cómo era de buena mi felicidad. Ahora, me doy cuenta de que he estado obedeciendo las normas de alguien que ni siquiera cree en ellas. Ahora me doy cuenta de lo engañado que he estado durante todo este tiempo, al no saber qué contestar cuando me planteaban alguna situación pésima y similar a nuestra realidad, al tenerte como ejemplo y referencia en mi vida, en las de mis compañeros, al hablar de ti como héroe ante cualquiera. Creo que no te tuve que creer cuando me hablabas de tópicos, rollo "No sabes lo qué tienes hasta que lo pierdes", en alguien que ni siquiera se cree a sí mismo. Que no sabe afrontar su situación por dura que le resulte, que se tiene que escudar todas las noches en el líquido que le pueda dar un cubata que en el amor que le dan su esposa y su hijo. Que tengas que buscar una excusa como síntoma de ir mejor, y no poder acordarte de lo cegado que estás todos los días a estas horas del dolor que estás haciéndole a mamá que se ve reflejado en mis ojos incluso cada mañana al despertar. No sabes lo que es ver cómo tus padres se aguantan gritos durante horas por no encontrar la solución a un problema, y sin tener opciones a intentarlo tú eres demasiado pequeño para meterte en medio, aunque sólo sea para ayudar. - (Agazapado, con el temblor ya no sólo en el cuerpo sino en sus ojos, y en un ademán de echarse a llorar, exclama) Sólo quiero que me prometas algo.- ¿El qué?- (Aún en estado de embriaguez, apestando a alcohol y a tabaco, con los ojos rojos, tambaleándose, respirando fuerte como si le faltara el aire, con tosca voz y llevándose por última vez el cigarro a la boca sin antes expulsar la correspondiente bocanada de humo, dice) Que nunca vas a fumar ni a beber.- ...