De la economía política del Imperio a la filosofía latinoamericana de la dependencia
Mario Sáenz
Universidad de Le Moyne
Junio 2004
La ideología globalista y la crítica del imperio de Hardt y Negri nos vienen de diferentes extremos del espectro político. Mientras que el primero le canta panaceas al capitalismo global, el segundo busca métodos revolucionarios de vencerle. Pero comparten un punto en común: la globalización es total y la realidad no es, por tanto, dialéctica.
… [E]l fin de la historia al que Fukuyama se refiere es el fin de la crisis en el centro de la modernidad, el conflicto coherente y definitorio que fue el fundamento y razón de ser de la soberanía moderna.. La historia ha finalizado precisamente y solo en el sentido concebido en términos hegelianos: como el movimiento de una dialéctica de contradicciones, un juego de negaciones absolutas y subsunciones. Los binarios que definían el conflicto moderno se han empañado. El Otro que podría delimitar a un Yo moderno soberano se ha fracturado y desdibujado , y no hay más un exterior que marque el lugar de la soberanía.
En este artículo critico ambas posiciones: la primera por su mito sobre un mundo más integrado y mejor, la segunda por su rápida transición de imperialismo al imperio dejando atrás formas “territorializadas” de resistencia radical y teoría revolucionaria (desde la toma popular de mecanismos de estado hasta la teoría de la dependencia con conciencia de clase).
El neoliberalismo global ha sido mejor conocido por los cambios políticos y sociales con los cuales ha sido asociado. El decaimiento del “estado-benefactor” (welfare-state) ha sido interpretado por algunos como el ocaso del estado-nación mismo, mientras que el consecuente aumento en la facilidad del capital de moverse a través de fronteras ha llevado a algunos a hablar de la aparición de “mundos fenomenales compartidos” (David Harvey y Anthony Giddens), así como el surgimiento de una sociedad de red informática global (Manuel Castells). Pero es en la economía donde se revelan sus verdades más profundas. En vez de destruir al estado-nación, lo ha transformado en un órgano directriz para las privatizaciones, ya sea por medio del terrorismo (Chile bajo Pinochet) o de las leyes de las democracias burguesas. En muchos casos, el capitalismo global se ha establecido como la norma, inscrita en el cuerpo político, y en los comportamientos de la clase trabajadora en la medida que ésta internaliza la nueva disciplina laboral de competencia global o migraciones inter-estatales. En este sentido podemos hablar de un mundo fenoménico compartido: El capital, en la forma de capital-dinero, capital-mercancía y capital-productivo circula libremente y su libre circulación se presenta como el orden natural de las cosas.
La ideología de la globalización, es decir, de un mundo más integrado, gozando los beneficios de tecnología de punta con crecimiento en el consumo de artículos hechos con recursos no-renovables, bajo condiciones de una idealmente completa comodificación de la vida, acompañada de una proyectada privatización total de la producción de mercancías, tiene que ser contrastada con la realidad económica de exclusión y la dramática condición de pobreza para la mayor parte del mundo. No todos los botes se han alzado con la marea alta de la ideología neoliberal: 1,200 millones viven en la pobreza aguda o extrema. Áunque éso representa una reducción de 200 millones desde 1970, han habido en los últimos 30 años un crecimiento en la pobreza general de unos 500 millones, llegando así a los 2,500 millones, y un crecimiento en la desigualdad global en los ingresos, a pesar de que el ingreso per capita ha crecido 38 % en ese mismo período. De acuerdo a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de la ONU, la desigualdad en los ingresos ha aumentado en Latinoamérica. Mientras que la rata de pobreza se mantuvo en 37 % de 1980 a 1997, la pobreza ha subido en términos absolutos, de 135 millones a 204 millones (de una población de aproximadamente 450 millones). Además, las plazas en el sector informal (irregular y no regulado) han aumentado hasta el punto que hoy en día 4 de 5 plazas se encuentran en ese sector. Dicho sea de paso, el número de personas que sufren pobreza aguda o extrema en lo que era el mundo socialista de Europa Oriental saltó de 0,3 millones en 1980 y 0,2 millones en 1990 a 15,7 millones en 1999, y el número de aquellos que sufren pobreza general creció de 6,4 millones en 1980 y 5,9 millones en 1990 a 72 millones en 1999.
La intensidad del comercio mundial, representada por su dramático aumento, la internacionalización de la producción (30 % del comercio internacional está compuesto del “intercambio a través de fronteras de partes y componentes semi-acabados” ), y la explosión de servicios a través de fronteras tales como servicios financieros, es naturalmente notable. La internacionalización de la producción doméstica es otra faceta importante de esta intensificación del comercio mundial. Así por ejemplo, en los países ricos como los Estados Unidos, el 70 % de su producción doméstica está sujeta a la competencia internacional (de 4% en los 1960). Esa situación ejerce presiones serias sobre el trabajo y crea condiciones en las cuales los trabajadores confrontan una disciplina laboral adaptada a las vicisitudes del mercado mundial, el cual trata de imponer con diferentes grados de éxito una ideología que es impermeable e intolerante a los retos lanzados contra el capital desde una perspectiva global. Ésto se explica por los esfuerzos en manipular la conciencia de los trabajadores para hacerles creer en la piel misma que están compitiendo por trabajos, no sólo con sus vecinos, sino también con trabajadores en otras partes del mundo.
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