Hombres leyendo. Francisco de Goya
Tú. Siempre tú. Ahí estás,
moscardón verde,
hocicándome testarudo,
batiendo con zumbido interminable
tus obstinadas alas, tus poderosas alas velludas,
arrinconando esta conciencia, este trozo de conciencia
empavorecida,
izándola a empellones tenaces
sobre las crestas últimas, ávidas ya de abismo.
Alguna vez te alejas,
y el alma, súbita, como oprimido muelle que una mano en el
juego un instante relaja,
salta y se aferra al gozo, a la esperanza trémula,
a luz de dios, a campo del estío,
a estos amores próximos que, mudos, en torno de mi angustia,
me interrogan
con grandes ojos ignorantes.
Pero ya estás ahí, de nuevo,
sordo picón, ariete de la pena,
agrio berbequí mío, carcoma de mi raíz de hombre.
¿Qué piedras, qué murallas
quieres batir en mí,
oh torpe catapulta?
Sí, ahí estás,
peludo abejarrón.
Azorado en el aire,
sacudes como dudosos diedros de penumbra,
alas de pardo luto,
oscilantes, urgentes, implacables al cerco.
Rebotado de ti, por el zigzag
de la avidez te enviscas
en tu presa,
hocicándome, entrechocándome siempre.
No me sirven mis manos ni mis pies,
que afincaban la tierra, que arredraban el aire,
no me sirven mis ojos, que aprisionaron la hermosura,
no me sirven mis pensamientos, que coronaron mundos a la caza
de Dios.
Heme aquí, hoy, inválido ante ti,
ante ti,
infame criatura, en tiniebla nacida,
pequeña lanzadera
que tejes ese ondulante paño de la angustia,
que me ahoga
y ya me va a extinguir como se apaga el eco
de un ser con vida en una tumba negra.
Duro, hiriente, me golpeas una vez y otra vez,
extremo diamantino
de vengador venablo, de poderosa lanza.
¿Quién te arroja o te blande?
¿Qué inmensa voluntad de sombra así se obstina
contra un solo y pequeño (¡y tierno!) punto vivo de los espacios
cósmicos?
Hurgón de esto que queda de mi rescoldo humano,
menea, menea bien los últimos encendidos carbones,
y salten las altas llamas purísimas, las altas llamas cantoras,
proclamando a los cielos
la gloria, la victoria final
de una razón humana que se extingue.
DÁMASO ALONSO