Edades

Publicado el 17 septiembre 2017 por Netomancia @netomancia
El patio es grande, pero sin árboles ni flores. Los yuyos avanzaron sobre el césped en una batalla que no encontró oposición. En los veranos el sol es arrasador. En el invierno no existe reparo alguno. Solo en el otoño, pero en los días más benévolos, y en primavera, le gusta salir a sentarse afuera y pasar horas sin hacer otra cosa que ausentarse mirando nada en particular.
Recuerdo haberle preguntado una vez si no prefería que le llevara una silla, así al menos no se quedaba parado. Me había dicho que para estar sentado, se quedaba dentro. Y no le ofrecí nunca más una silla.
Otra vez me acerqué a su lado y lancé al aire dos o tres comentarios. Me preguntó si no tenía otra cosa que hacer.
Nunca nos llevamos muy bien, así que no podría imaginar otras respuestas. Uno es hiriente con los que no quiere, e indiferente con los que poco le importan.
Era extraño verlo desde la ventana allí parado, contemplando el infinito. Más raro, supongo, debe haber sido para un tercero observarme observándolo a él. Aunque esa persona, en realidad, no me habría visto. Nadie viene por aquí.
De la misma manera, no me engaño, yo también al verlo a él allí en el patio, me miro a mí. Al que seré dentro de unos años, a ese ermitaño que se abre paso en mi interior minuto a minuto, y que en algunos años más gobernará mi existencia.
Es extraño contar todo esto, hablando de un futuro que ya sucedió. Porque en realidad, solo soy el pasado de ese hombre, que convive con conmigo en su mente. Creo que sale al patio para sentirse solo, para no verme ni escucharme, para no caer en la cuenta, al estudiarme, de todos los errores que cometió. Los que yo iré cometiendo en esa línea de tiempo que me separa de él, esa línea de tiempo que él ya conoce y por la que tanto pena.
El patio es enorme, aunque apenas es el patio de su encierro. Y por lo tanto, es minúsculo. Afuera o adentro, el ayer y el hoy conviven presos del destino, en un futuro ya escrito.