La nueva novela de Eduardo Mendoza, uno de mis autores favoritos, me provocó un gran interés al comprobar, en varias entrevistas, que el autor había optado casi por novelar su biografía en una trilogía de la que ya tiene preparada la segunda entrega. Es más que probable que esta circunstancia sea, precisamente, la que provoca cierta desazón en el lector habitual de este autor.
En primer lugar, porque, como él mismo ha indicado en multitud de ocasiones, Mendoza es un tipo normal que ha ido viviendo su vida como todos: aceptando los acontecimientos históricos que suceden con más resignación que participación. Lo malo, que también lo hay, es que para darle cierto toque novelesco a las aventuras de Rufo Rey tanto al frente de una revista de tres al cuarto como en Nueva York, mete la historia del príncipe de Livonia que, la verdad, es demasiado inverosímil y llega a ocupar casi un cuarto de la obra.
Hubiéramos preferido que se nos contase la historia de Rey de manera más directa y sin atajos. Aun así, se sigue creando esa sensación de que el autor es heredero directo de Galdós y de Baroja en lo que respecta a la suavidad de su prosa y a su maestría de cara a tejer una historia que empieza en los sesenta y termina con la muerte de Carrero Blanco. El segundo volumen promete y mucho. Lectura obligada por no decir que es un libro de historia novelado de recomendable lectura.