He oído comentarios de gente a la que se le endulzó el carácter cuando tuvo a su primer bebé. A mí me pasó al contrario.
Yo, sinceramente, no le encontraba lo molesto a un montón de actos y actitudes con los cuales, otros se fastidiaban. Por ejemplo, están los vendedores que tocan y tocan a la puerta. Aunque interrumpieran algo o no tuviera ganas de abrir, no me molestaba: me parecía muy bien que la gente persistiera en su esfuerzo por ganarse la vida... y me sigue pareciendo bien... solo que, por ejemplo, si el vendedor-no-me-rindo llega cuando estoy amamantando y mi niña se está quedando dormida, sí me molesta. Lo mismo con los ruidos de publicidad temprano en la mañana, o la música estridente hasta tarde en días laborales... Hasta recuerdo comentar en más de un blog, que a mí de verdad no me molestaban las continuas llamadas de las compañías telefónicas. Pues ahora sí. Creo que no como a los demás, pero sí me provocan una mirada de desagrado hacia el infinito.
De todas maneras, casi nada me parece la gran cosa, y creo que en la medida en que esté más relajada, irá volviendo mi complacencia original, que me hace pasarla bien. Solo me llama la atención el cambio, porque implica el ámbito de mis relaciones personales.
Ya no soy muy tolerante con las personas. Piensen lo que piensen quienes hayan conocido mi lado no amable, la verdad es que lo fui. Ya no. Espero no pasar al otro extremo; pero, digamos que yo era buenísima para comprender al que se sitúa en oposición a mí, buenísima para justificar lo que me podría perjudicar, y para tratar de que el otro obtuviera ventaja. No es que deje de comprender, pero ya muchas veces me parece irrelevante. Lo más importante: me sitúo o al menos trato de situarme donde necesito para que me convenga, porque mi conveniencia es la conveniencia de mi hija.
Silvia Parque