Historias de grandes días
Tal día como hoy, de 1799, el soldado de las tropas napoleónicas Pierre-François Bouchard encontró en la localidad de Rashid, en el Delta del Nilo, una curiosa losa de 760 kgs. de peso con inscripciones en tres partes: la superior con jeroglíficos; la del medio demótica; y la inferior, en griego antiguo. Con el tiempo se supo que correspondían a un decreto dictado por el faraón Ptolomeo V en el año 196 A.C. escrito en tres lenguas distintas. Gracias a este hallazgo casual se empezaron a descifrar los jeroglíficos que, junto a la escritura cuneiforme, son la fuente primigenia de la escritura humana. Cómo no, yo tan aficionado a todos estos temas, iba a compartir contigo semejante efeméride. A mí, que tanto me gusta escribir y tanto abogo por la esencial importancia de la palabra.
La Piedra de Rosetta, que no es otra cosa que un fragmento de una estela mayor producida para ser colocada en un templo, acabó siendo utilizada como material de construcción de un fuerte militar y allí fue encontrada.
Actualmente está depositada en el British Museum de Londres. Cuando lo visité, en 1998, fue, lógicamente, parada obligada de mi recorrido. Tenerla delante y no verla fue duro, saber que a poca distancia tenía algo tan importante para la Historia de la Cultura, me emocionó y me dolió a un tiempo. Dirás que tampoco es para tanto, que total tan solo es una piedra grande, pero... yo te diré que es un símbolo.
Un símbolo de la vida: algo que se concibe para ser colocado en un templo divino acaba como material de construcción, que queda relegado a la oscuridad del olvido, pero que al ser descubierto,, sacado a la luz, se convierte en el medio para comprender toda la riqueza literaria del Antiguo Egipto: transacciones comerciales, disposiciones legales y preceptos religiosos, literatura y magia. Unos dibujos extraños incomprensibles durante siglos, se transforman en lenguaje que transmite ideas y palabras. Su estructura en la que se conjugan tres lenguas es también ejemplar: desconozco qué llevó a hacerla de semejante guisa, pero fue de lo más práctico para desentrañar un misterio. Frente a la exclusión de una sola lengua, la utilidad del multilingüismo, diseño para todos.
Pocos años después, tan solo 26, un adolescente genial, ciego, Louis Braille, también francés, dejaría algo parecido a los jeroglíficos: unos puntos ajenos para quien no los conoce, pero familiares a quienes los utilizamos, que transmiten... ideas y palabras. Jeroglíficos y braille... conocimiento y luz... Libertad, en definitiva.
¿Qué sentiría el soldado Bouchard al verla? ¿Qué sentiría yo si me hubiera sido dado descubrirla? Más aún, ¿qué tacto tendrá? ¿Qué me transmitiría si pudiera tocarla? No sé, es difícil imaginarlo. ¿Frialdad de piedra milenaria? ¿Calor por lo que significa? No lo sé, nunca podré saberlo. Si regreso alguna vez al British volveré a detenerme ante ella aunque no pueda verla, aunque me duela no verla. Sentiré que estoy allí, junto a la piedra y veré con el alma a un escriba con el cincel en su estudio, a una mujer que le ama, ataviada con una túnica corta y velo, y que alivia su fatiga con perfumes exóticos y caricias, unas caricias que se trasladan a la piedra y que, de ella, por virtud de la magia de la imaginación, llegan hasta mis sentidos.
Pero... ¿y si? ¿Y si me dejaran tocarla por alguna rara casualidad? Ja Ja Ja. Creerán que porque este cieguito deposite sus dedos en la piedra se va a pulverizar. Y entonces, ¿qué hará el Museo Británico sin una de sus joyas? Ja Ja Ja.
Un abrazo y feliz martes.