Revista Literatura

El 11-S en la vida de Eduardo Cruz Acillona

Publicado el 09 septiembre 2011 por An_tonio

Normalmente solo presentamos colaboraciones escritas para Abracadaba. Exclusivas. Nuestros colaboradores- más tarde que pronto, hay que decir- nos envían sus magníficos trabajos que nosotros tan puntualmente editamos. Pero hoy vamos a saltarnos esta regla de oro. ¿Por qué? comentaran  ustedes para sus adentros.
Pues por la siguiente razón. Eduardo Cruz Acillona nos presenta en su blog un monólogo sobre el 11S, que si no cambió su vida, cambió casi la de su cuñado. Nosotros, ante el aniversario de esta efemérides que cambió la historia del mundo solo ponemos un granito de arena a transmitir esa vivencia al resto de los mortales que no visita el blog de Eduardo Cruz Acillona.
El monólogo se titula:
Lo que nunca se contó del 11S.
Lo que nunca se contó sobre el 11-S
El 11S en la vida de Eduardo Cruz Acillona.
 Nadie en mi familia se había atrevido hasta ahora a contar la historia que hoy pretendo desvelar. Nadie en mi familia quería pasar por semejante humillación. Pero hoy, diez años más tarde, todos me han animado a que lo cuente. Sin tapujos, sin metáforas, con todo detalle. Están hartos de aguantar y proteger a semejante animal.
Y es que, hace diez años, por estas mismas fechas, mi cuñado estaba en Nueva York. Había sido invitado por un amigo a celebrar con él y su familia la fiesta del 4 de julio y aceptó. Era septiembre y seguía alojado en casa de aquel supuesto amigo.
El día 11, como cada mañana, mi cuñado madrugó. Era la única manera de desayunar al lado de la hermana de su amigo, una mujer que, a día de hoy, sigue necesitando medicación…
Cuando salió al porche de la casa, en el barrio de Brooklyn, a recoger el periódico, escuchó el rugir de sirenas de todo tipo: policía, bomberos, ambulancias… “¿Pero era hoy la maratón de Nueva York?”, preguntó en voz alta…
Un hispano que pasaba por allí le escuchó y le contestó: “Es la guerra, estúpido, es la puta guerra”… Y le señaló a un punto concreto del horizonte, donde las dos torres gemelas ardían como pebeteros.
“¡Coooño!”, exclamó mi cuñado. “Pues sí que es verdad que aquí lo hacéis todo a lo grande, ¿eh?”
“Es la guerra, es la puta guerra”, repetía llorando el pobre hispano.
Mi cuñado le pasó un brazo por los hombros a aquel hombre de ánimo hundido y le conminó a que le acompañara al interior de la casa.
Hasta aquí, un relato que se mueve dentro de los límites de lo que puede considerarse un comportamiento razonable en una situación extrema como aquella: un hombre consuela a otro y le ofrece la protección y el cobijo de su hogar.
Pero estamos hablando de mi cuñado, no se olviden…
Ambos entraron en la casa. Mi cuñado se dirigió al dormitorio de los padres de su amigo, abrió uno de los cajones de la cómoda, sacó un sobre que contenía más de quinientos dólares (no me preguntes cómo lo sabía), se los guardó en el bolsillo y le dijo al hispano:
“Si es verdad que eso de allí es la guerra, la situación es crítica y yo solo no podré hacerlo. Necesito que me acompañes al supermercado para traernos toda la cerveza que tengan. Seguro que cierran los establecimientos durante varios días. ¿Tienes coche?...”


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