Cuarenta años más tarde, el explorador americano Richard Evans Schultes también llega ante Karamakate para remontar el río y encontrar la mítica flor, en principio debido a su afición botánica por las plantas alucinógenas, que oculta un interés renovado por el sempiterno árbol de caucho. Para entonces la selva, concebida como una mujer por los indígenas, ha sido depredada y violada una y mil veces por la crueldad sin límites de los caucheros; los pueblos originarios corrieron la misma suerte. Karamakate emprende ahora un viaje chamánico a través de la selva hacia el interior de sí mismo para reencontrar el espíritu de sus antepasados, cuyo olvido lo ha sumido en la condición de chullachaqui, un cuerpo vacío de recuerdos y sentimientos agobiado por la soledad.
El abrazo de la serpiente es una película extraordinaria, a la que fuimos invitadas por Marcela en una tarde de cine con motivo de su cumpleaños. La profundidad y la belleza que encierra, potenciadas por la filmación en blanco y negro, no resultan mermadas por el abordaje del horror del genocidio indígena perpetrado a sangre y látigo con la explotación del caucho entre 1879 y 1945. La consiguiente evangelización de los huérfanos por los misioneros no varió en demasía los métodos empleados: los niños aborígenes eran brutalmente castigados si recordaban su lengua de origen y no abrazaban la nueva fe, tan diversa de la naturaleza viva que palpitaba en las venas de sus antepasados.
Entre uno y otro explorador Karamakate reencuentra su vínculo con el saber olvidado de su pueblo y renueva la relación íntima con la selva y el universo: al primero le niega la curación representada por la yakruna y lo deja morir; al último le convida un brebaje hecho con la planta para introducirlo en el entorno integrador que concebían los indígenas como concepción del mundo. Así deja atrás su condición de chullachaqui, al rescatar la visión cósmica propia de sus antepasados y la íntima comunión con la Amazonía.
Tal vez algún día se pueda recuperar el saber ancestral que se empeñaron en destruir los brutales invasores de la selva. El abrazo de la serpiente nos conecta con la visión holística de los ritmos de la naturaleza, con la profundidad del conocimiento mágico e intuitivo que fue avasallado por la ignorancia y la barbarie. El film se contempla con los ojos plenos de lágrimas y la garganta atenazada por la emoción: un respetuoso tributo al enorme legado de los pueblos originarios.
La fotografía corresponde a la imagen publicitaria de El abrazo de la serpiente.
Ficciones Urbanas
Aficionado a los viajes, Santa María escoge aquella fotografía de una ciudad que resuena en su alma con la intensidad suficiente para plasmarla en un dibujo. A partir de allí el color y la inspiración harán lo suyo y la realidad plasmada en el lienzo alcanza vida propia, la que surge de la imaginación frondosa del artista.
Durante el día remonta el mar en una tabla de surf, arranca acordes de la guitarra y dedica las horas nocturnas a pintar. Acrílico en general, óleo y espátula para alguna serie futura, Hugo Santa María es un artista inquieto y versátil que se decanta por lo cotidiano y la urbanidad propia de las ciudades. En la fotografía se puede apreciar Buenos Aires Technicolor, una de las Ficciones del autor.
Verano perfumado
Con el fin del verano mutan los hábitos, la vestimenta y los perfumes. Aquellas fragancias dulces y con un dejo empalagoso se retraen ante la necesidad de conjugar clima con hálito perfumado, dando paso a los nuevos elixires que resaltarán con los días más cortos, la caída de las hojas y el olor peculiar del otoño.
Me han acompañado en algunos tramos de este verano dos perfumes disímiles por origen y composición, sin que ninguno de elos produzca un efecto fulminante en la memoria olfativa. Pleats Please, de Issey Miyake, fue una amable decepción porque la nota floral-frutal del nashi en la salida adunado al corazón de peonía y los infaltables vainilla y pachui en el fondo no conjugaron con mi piel: la permanencia fue casi nula y el efecto, demasiado sofocante.
Frutos, flores y maderas componen el universo de Prüne IV, el eau de parfum de la casa homónima nacional donde me obsequiaron varias muestras. Si bien se presenta como una fragancia atemporal habida cuenta de la inclusión de ámbar y musk en su composición, resulta en una intensidad estridente para los plácidos días de verano, sin perjuicio que hay tantas pieles como personas y el efecto puede ser disímil en consecuencia.