Siempre me ha costado mucho pedir.
En mi vida personal fui reduciendo mi petición de favores conforme me iba haciendo mayor, hasta el punto de que ya -prácticamente- no reclamo nada. Me he dado cuenta de que no es necesario hacerlo: quien quiere ayudarte o ser generoso contigo de algún modo, lo hará antes de que te haga falta abrir la boca, y quien no… ya te puedes cansar de gritar, que hará oídos sordos a tus necesidades o voluntades.
En mi vida profesional es y ha sido otro cantar. Hasta ahora. Tanto cuando trabajaba en una oficina, como cuando empecé a escribir y publicar de forma muy modesta, me he visto obligada a pedir. Quizás haya sido esta última opción algo forzada por las circunstancias (especiales y que algunos conocen), y quizás si hubiera dependido solo de mí, tampoco habría pasado por dicho trance, pero… así fue y así es. Y si digo “hasta ahora” es porque la observación me permite escarmentar en plegaria ajena, y me aleja de convertirme en pedigüeña crónica. Me incomoda y violenta eso de postular constantemente pero, por desgracia, parece claro que es la única manera de destacar en la empresa de la literatura “indie” y/o “amazónica”. Pedir, presumir, mostrar, difundir, insistir, insistir, insistir… Lo siento pero yo me bajo de ese carro, con vuestro permiso y -seguro- vuestro alivio.
Nadie debe darse por aludido, reflejado u ofendido con esta decisión mía, ya que cada uno hace lo que mejor sabe, gusta y le conviene. En mi caso, todos conocéis ya los dos libros que tengo a la venta en la Red, y el disponible de forma física en la web. De más sois conscientes de su existencia, y ahora os ofrezco mis disculpas por la pesadez de algunos momentos. Carecer de editorial o agente que haga su trabajo es lo que tiene, y confío en que si vuelvo a publicar, sea de modo serio, con personas responsables, comprometidas y cumplidoras de su palabra, sin que haya jamás que mendigar distribución, publicidad o apoyo… No debería ser asunto del autor el vender su obra, martillear su oferta hasta el hartazgo de sus amigos, familiares y demás contactos, declararse el mejor posicionado o el mejor comentado, suplicar comentarios, reseñas y fotografías, comprometer a propios y extraños en una presentación, o llamar a los medios para ser mínimamente conocido. Todo eso no es (no debería ser) competencia del escritor, señores. No.
Nunca me ha gustado depender de nadie. Nunca me ha sido fácil pedir. Nunca me ha parecido bien abusar de los demás. Cansar a los demás. Reitero mis disculpas si alguna vez alguien se ha visto forzado o comprometido por mis peticiones, y le tranquilizo con la promesa de que no se repetirán. Por mi parte, seguiré ayudando a quienes deba ayudar sin que medie demanda sino mérito ajeno y placer propio.
En agosto retomaré la escritura del libro que abandoné a manos de la desidia, y lo terminaré antes de finalizar el año. Y cuando gane o publique algo que merezca ser comunicado, lo haré una sola vez. Confío en no repetir viejos errores. No pido más.