Ni una ansia, ni un anhelo, ni siquiera un deseo,
agitan este lago crepuscular de mi alma.
Mis labios están húmedos del agua del Letheo.
La muerte me anticipa su don mejor: la calma.
De todas las pasiones llevo apagado el fuego,
no soy sino una sobra de todo lo que he sido
buscando en las tinieblas, igual a un niño ciego,
¡el mágico sendero que conduce al olvido!
Extracto de: “El árbol del bien y del mal“, de Medardo Angel Silva