En el mundo de los negocios solo las empresas inteligentes sobreviven, me decía mi docente de inteligencia emocional y ramas anexas. Aquellas que van un paso por delante de las demás más que caer simpáticas a la sociedad -con el rollo de las relaciones públicas y eso-, deben ser ante todo empáticas, pensar incluso en el estrés o el dolor de cabeza de cada cliente. En la antigüedad, si un cliente demandaba un producto para el hambre o la sed, con un poco de vino y pan se cerraba la transacción. Hoy los clientes son demasiado exigentes, demasiado quisquillosos, demasiado diferenciados y hasta demasiado coloridos. Ahora resulta que hasta para saciar las necesidades básicas hay que tener estilo.
Está bien que cada quien quiera tener su desodorante particular, aunque apestemos, para ser singularmente apestosos. Apestar a perfume, aunque sea agradable en pequeñas dosis, es igualmente desagradable. Un día tuve una experiencia mareante al sentarme a la mesa entre dos lindas chicas cuyos perfumes me arruinaron la velada, no por malos sino por muy cercanos y abundantes. Así, con la vida en un torbellino, tenemos productos y servicios que buscan supuestamente satisfacer nuestra individualidad: ropa, accesorios, peinado, mascota, coche, distracciones, y demás ofertas al gusto de cada quien. Pero esta segmentación ha llegado a límites insospechados. Ahora descubrimos que los hombres no duermen igual que las mujeres (habrá algún visionario fabricante que ofrezca anteojeras para cada sexo). Ni las mujeres tienen la misma sed que los hombres, aparentemente.
El agua, el elemento vital para la vida, ya no es más aquello. Hoy es más vital para el modo de vida: se cree que comprarla de una determinada marca hace la diferencia, elevando automáticamente la autoestima del comprador. De ahí que todos los días, expertos diseñadores se rompan el coco en crear botellas actualizadas, modernas y que transmitan una imagen de lozanía, juventud y pletórica armonía. Que transmitan movimiento y pureza como el mismo elemento. Al estilo y exigencia de un envase de perfume exclusivo, por poco. De ahí que a algunas embotelladoras de nuestro medio se les ocurrió dar un mazazo en el estanque, sacando al mercado un producto sin precedentes, “de acuerdo con las nuevas tendencias mundiales de las aguas” (sic). Beber de una manera u otra es cuestión de moda según los expertos acuáticos, poceros y otros aguateros.
Por lo pronto no he visto a mis amigas o conocidas con el agua rosa en el bolso, ni mucho menos a chicas que frecuentan el gimnasio. Como si no fuera suficiente que, desde que nacen, a las niñas se les pinta la vida en rosa, desde el vestidito de sus muñecas hasta el vestido de sus quinceaños. Y ahora esto, agua rosada para vender el cuento de una experiencia con sabor a agua de rosas. Las mujeres tienen demasiada personalidad como para dejarse caer en la trampa de obedecer a clichés. El agua será exclusiva o no será, parece el eslogan extraído de la mente de un mercadólogo surrealista. ¿Qué será mañana,… alimentos para gatos y para gatas?