Senderos que no reconocía, lugares vírgenes de toda huella humana, caminos llenos de maleza, por donde la luz juega al escondite. No se escuchaba ningún sonido, ni un piar, ni una hoja, ni un animal ¿Nada era real?
Seguí mi camino, tratando de encontrar algo reconocible. Y lo vi. Majestuoso, se levanta en medio de un claro, nudos en todas sus ramas, heridas en otras, debido a los rayos de las tormentas, musgo en su falda, y hiedra que sube en espiral por su tronco. Se siente lástima por verlo tan solitario, tan cerca de otros árboles, y tan lejano. Tal vez, sus raíces se comunican con los demás árboles, quizás en su tronco, alguna valiente ardilla ha querido construir un nido, y en sus ramas más altas, habiten pájaros de todas las especies.
Me detengo y lo contemplo. A pesar de mi edad, lo recuerdo, siempre ha estado allí, quizás menos frondoso, y menos alto, pero recuerdo cada estría de su tronco, y cada hoja en las ramas más bajas. Era mi árbol. El que abría sus ramas en las noches de estrellas, para dejármelas contemplar, o el que intercalaba las mismas, para hacerme llegar hasta lo más alto, para esconderme; el que, un día me enseñó su dolor, mientras se desangraba en la savia de su tronco, y el que llora hojas en sus días más fríos.
Y lo abracé. Echaba de menos no poder verlo todos los días, todas las noches, hacía tiempo había perdido el camino, y hasta hoy, no lo pude encontrar. Acaricié cada bulto que salía de su corteza, conté las heridas, mientras posaba mi mano sobre ellas. No quería perderme nada de lo que había crecido en ese periodo, quería volver a conocer cada detalle del árbol.
Sabía, que tiempo atrás, había querido erguirse, mantenerse enderezado en aquel despejado espacio, pero había terminado por aceptar su condición nudosa y curvada. No se había rendido, había procurado crecer todo lo máximo posible, alimentándose de los nutrientes de la tierra, del poco agua que le llovía. Hermoso, el árbol se mantiene en pie con toda la fuerza de la que es capaz, satisfecho de sí mismo, por haber crecido en aquel claro.
Algunas veces, se le escapa decir que le gustaría que algún leñador llegara y terminara con su bella fealdad, pero la interpretación única que se saca, es que sólo desea que algún otro árbol sea igual de feliz que él en aquel lugar.
Y yo, le agradezco, que me haya permitido volver a encontrarlo. En mis sueños.