Aquella mañana le despertó el ruido de un avión volando por encima del tejado de su casa. Apenas había pegado ojo en toda la noche, y cuando por fin sus párpados habían logrado cerrarse, venia aquel ruido a despertarla de nuevo.
Se removió nerviosa en la cama. Últimamente le dolían mucho los huesos, el corazón, y hasta el alma.
Desde que se quedó viuda se había convertido en media persona, porque la otra media se había ido para no volver nunca, con la muerte del hombre que amaba desde niña.
Eran vecinos, y su amor fue creciendo al unísono con sus cuerpos. Después vendrían las rebeldías de adolescentes, los celos, los enfados... hasta consolidarse un amor maduro y verdadero. Era como si el paso del tiempo se hubiera encargado de purificar las impurezas del comienzo.
Fueron muchos los sueños que fueron haciendo realidad juntos. Él, siempre le decía: "Atrévete a soñar" y no temió de su mano volar por encima de las nubes, atrapar rayos de sol entre sus dedos, saborear momentos llenos de plenitud que llegaban al infinito.
Llegaron los hijos, y los nietos...
En ellos, vieron perpetuarse su amor una vez mas, atrapando con la magia de los días vividos, un anhelo de eternidad.
Con él a su lado, todo lo `podía, todo lo soportaba. Era como si una fuerza arrolladora le atrajera hacia su personal valía, sin dejar jamas de ser ella misma. Porque, eso si, era una mujer de una personalidad muy concreta, fuerte, apasionada, vital, soñadora, alegre.
Lentamente fue acariciando unas preciosas amapolas que habían nacido hacia unos días. Mientras saboreaba el humeante café, no pudo evitar dar un respingo, al recordar las caminatas por el campo que juntos habían compartido antaño. Le parecían esas sencillas flores efímeras, bellas, muy bellas. Tenían algo que le hacia estremecer por dentro cuando las contemplaba. Era como si la belleza del universo se hubiera detenido un instante con todo el esplendor de su colorido.
Para ella siempre había sido muy importante saber contemplar. Se había sabido construir un pequeño mundo donde cobijarse en los momentos de tormenta interior, adquiriendo así una nueva dimensión a la hora de enfrentarse con la vida. Vivimos con demasiada prisa, solía decirse muy bajito antes de acelerar el paso dando por echo que lo importante puede esperar. Muchas veces le gustaba cerrar los ojos y que la besara el sol o la lluvia, esto le hacía sentirse viva y fundirse con la naturaleza.
Vivió siempre como quiso vivir, sin someterse a nada ni a nadie, solamente el lazo fuerte de un amor fue capaz de recortar sus alas en algún momento recuperando inmediatamente su libertad de espíritu.
Por eso, no es de extrañar que a la muerte de su amado, nunca quiso darse otra oportunidad. Ocasiones de un nuevo amor tuvo, pero lo dejó pasar con indiferencia.
Cada vez que escucha en el cielo el ruido de un avión, no puede evitar estremecerse pensando en aquel fatídico día en que él se estrelló en el Pacífico.