Se habían resguardado en un lugar impermeable, aislado, compacto, donde se estaba a salvo del tiempo y los demás. Donde era más simple respirar, las palabras quedaban cómodas en la boca de uno y los besos acolchonaban cualquier discusión. Ahí se sentían seguros, cada uno sabía cuál era su tarea y sus límites para pertenecer.
Eran esclavos uno del otro. Adictos a aromas, caricias, promesas; factores precarios y superficiales que se utilizaban como excusa. Llevaban juntos cinco años y un poco más. Ella sabía que el café se acompañaba con dos cucharadas de azúcar y él, que no debía fumar adentro. No había motivos para desconfiar de que aquel gremio funcionara, estaban cómodos. Pero no alcanzaba, nunca alcanza. La conformidad exigía silencio. Se atesoraban sentimientos, opiniones y conductas por el simple hecho de cumplir. Sólo dos cuerpos robotizados funcionando por inercia.Ahora era sólo sexo, comer en el mismo restaurant y caminar por las mismas calles. Ya nada parecía maravilloso y único. No había admiración ni deseo. Él buscaba volar, ella caminar. Él sólo quería un presente y ella anhelaba un futuro. La Sensatez llevaba tiempo trabajando de forma minuciosa y paciente pero la Cobardía desplegaba todos sus recursos y le alcazaba por el momento para vencer.