El año Haydn (y II)

Publicado el 28 diciembre 2009 por Fernando

«El clasicismo parece ser el estilo musical más sistemático y contenido que nunca haya existido. A nosotros, desde la perspectiva de nuestro siglo, nos resulta encantador ―dijo sardónicamente―. Encantador hasta la idiotez ―de pronto rompió a silbar el comienzo de Eine kleine Nachtmusik; se interrumpió y continuó―: A veces nos preguntamos ¿Por qué están tan contentos? En esta música hay una alegría incomprensible, y cuando no es alegre posee una belleza excesivamente bella. Conozco personas que aborrecen el clasicismo porque les resulta falso por esto que os comento, como un museo de cartón piedra de un mundo caduco».
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«¿Qué tipo de metáfora del ser humano, qué estado de ánimo, qué sentimientos expresa la música clásica? Esa es la pregunta fundamental. Los románticos consideraban que la música el periodo clásico era abstracta. Pero al escucharla hoy, lo primero que se nos ocurre, y así lo reconoceremos si somos sinceros, es preguntarnos: ¿es triste o alegre? Sabemos que, entonces igual que ahora, se estima que las tonalidades menores expresan tristeza, y eso ya no es una abstracción».
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«Y hay otro asunto que quizá os parezca extraño, pero veréis que es relevante. Se trata de los movimientos lentos de las composiciones del clasicismo. Hay quienes se sienten tentados de echar un sueñecito durante esos pasajes en que la música se vuelve lenta y pesada; y, por cierto, eso fue lo que permitió a Haydn componer la sinfonía La sorpresa. Los compositores clásicos suelen iniciar los andantes y adagios con una melodía maravillosa, luego vienen el segundo y el tercer tema, y después empieza a imponerse una nota salida del fondo que se repite una y otra vez de manera literalmente monótona, una nota que acaba por cansar. (...)
La sorpresa
Hay muchísimos movimientos lentos cuyo episodio central se construye sobre el fondo de una sola nota repetida que actúa a modo de horizonte tonal. Durante mucho tiempo he tratado de encontrar otro estilo musical, de cualquier tradición del mundo, que utilice notas repetidas de esa manera. No he hallado ninguno. Es algo exclusivo del estilo clásico, y también se encuentra en los movimientos rápidos.
¿Y qué es ese monotono? ¿Es una línea? ¿Es un horizonte? No está aislado, porque posee ritmo y tempo, pero no llega a ser una melodía, ya que la siguiente nota es siempre igual. Es un lugar de quietud en el centro mismo de la obra. Si no reparamos en eso ―continuó, alzando la voz con dramatismo―, nos quedamos dormidos. Pero si lo percibimos, entonces nos encontramos en un punto de existencia mínima, enfrentados a ese monotono que, en mi opinión... está íntimamente relacionado con el pulso del ser humano. Sí, estoy convencido de que tiene una relación directa con los latidos del corazón.

Desde finales del Renacimiento hasta los tiempos del padre de Mozart, muchos músicos adoptaban el tempo del andante al pulso humano: setenta y dos pulsaciones por minuto.
El pulso define el tempo de esta línea de notas, ¡de este hilo de la vida! Aquellos músicos se atrevieron a construir movimientos enteros con un acompañamiento basado en la repetición. En el clasicismo, la música deja de ser abstracta por primera vez. ¡Se convierte en una actividad de la vida misma! Recordad cómo en Don Giovanni, Zerlina se lleva la mano de Masetto al pecho y, en esos momentos, el acompañamiento refleja precisamente el ritmo del corazón. ¡Pensadlo bien! ¿Sabéis que Mozart copió este recurso? Esto no es idea mía. H. C. Robbins Landon descubrió que Mozart lo copió de Haydn, quien, por cierto, compuso óperas maravillosas. Una de ellas, Il mondo della luna, contiene numerosos pasajes basados en el pulso, porque uno de los personajes sufre un infarto al final, acompañado de una serie de escalas. Lo que se refleja no siempre es el corazón en su función literal de bombeo, son latidos que podrían denominarse moléculas del espíritu».
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«Hay oyentes que se marean porque ese lugar es en esencia místico, representa una suerte de retorno al seno materno, donde de pronto se oye el latido del corazón materno, y de él pende el mundo entero, toda la existencia sonora. Cuando Haydn y Mozart llegan a ese ta-ta-ta-ta, a esa aparente monotonía, se encuentran en el núcleo de su estilo, en el centro del mito de la música clásica. A partir de ese momento se hace evidente que la música ya no es una imagen el orden cósmico, como ocurre en Bach, sino un reflejo del espíritu, del ánimo».
Extracto de Un asesinato musical. Batya Gur. Siruela, 2001.
Traducción: María Corniero.

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