En enero vio por primera vez a esa muchachita de piernas largas que vestía con un jersey azul y una bufanda tan larga que le servía, además de para cubrir garganta, para proteger su cabeza y sus orejas del frío.
Se pasó todo febrero siguiéndola de un lado a otro pero sin reunir el valor suficiente para hablar con ella.
A primeros de marzo, aún no la había hablado, pero se dio cuenta de que, con la primavera, ella ya no necesitaba el jersey azul, y que por eso se ponía unas camisetas que (si se daba la suerte de que tuviera que estirar mucho los brazos) mostraban su ombligo. Pasó el resto del mes imaginándoselo, tan redondito...
En abril se hizo amigo de su mejor amiga para acercarse a ella. La conoció vía Facebook diciendo que eran antiguos compañeros de colegio, pero la jugada le salió rana. La chica del jersey azul (ahora del ombligo) no había ido al mismo colegio que ella.
Con los exámenes de mayo se sentaba frente a ella en la biblioteca. Escuchaba los ecos de la música que salía de sus cascos, y la veía tamborilear con las uñas y el bolígrafo sobre la mesa. Algunos, la miraban mal por eso. A él le parecía adorable.
Durante gran parte de junio, no la vio. Algo pudo averiguar, siempre por terceras personas, de que se había ido al extranjero. Quizá a prender otra lengua.
En julio el calor era insoportable. La amiga simpática de la chica del jersey (y del ombligo), hablaba con él más tiempo que con nadie. "Ésta se está pillando". "A mí, quien me mola es su amiga". "Ya, pero... ¿se lo has dicho?"
En agosto fue él quien se largó. Un mes lejos de casa le iría bien para preparar una estrategia más efectiva y mejor que la del curso anterior.
En septiembre volvió a las clases. Volvió él y volvió ella, de Londres, con un inglesito rubio, alto y de ojos claros, que ni papa de castellano.
En octubre, él quería morirse. O matarles a los dos.
Bienvenidos a octubre, bandido y bandida :)