EDITORIAL: ANAGRAMA
SINOPSIS:
El antropólogo inocente es un texto ciertamente insólito del que se dijo: Probablemente el libro más divertido que se ha publicado este año. Nigel barley hace con la antropología lo que Gerald Durrell hizo con la zoología (David Halloway). El autor, doctorado en antropología por Oxford, se dedicó durante un par de años al estudio de una tribu poco conocida del Camerún, lo que constituyó su primera experiencia en el trabajo de campo, y casi la última.
Nigel Barley se instaló en una choza de barro con la intención de investigar las costumbres y creencias del pueblo dowayo, que se resistía a amoldarse a norma alguna. En esta crónica del primer año que pasó en África, Nigel Barley – tras sobrevivir al aburrimiento y a desastres, enfermedades, y hostilidades varias-, nos ofrece una introducción decididamente irreverente a la vida de un antropólogo social.
Después de esta experiencia, el autor se incorporó al Museo Británico, cuyo departamento de publicaciones editó este texto como curiosidad. La excoitación que causó entre sus primeros lectores motivó que se publicara después en la colección de bolsillo de Penguin con extraordianrio éxito.
OPINIÓN:
Con este libro, Barley logra acercar al público profano en la materia a lo que es un estudio de campo in situ.
¿Y cómo lo consigue?, pues a través de un diario o anecdotario, en el que va narrando su día a día desde la llegada a Camerún y sus problemas con la documentación y la burocracia, hasta que se instala en la tribu de los dowayos.
Os podéis imaginar la cantidad de situaciones divertidas y ridículas que se producen entre el personaje y los miembros de la tribu, que para más inri utilizan un lenguaje tonal, que según se entone de una u otra forma, varía su significado.
Es un libro corto, fácil de leer y original y sorprendente. Bastante aconsejable para salir de la rutina, y para entender otra forma de pensar diferente a la “civilizada”, pero igual de válida (en ese contexto al menos).
Aquí os dejo un pequeño párrafo:
Como un signo más de favor especial, el jefe me había asignado dos sillas plegables iguales a la que había visto en mi primera visita que resultaron ser las únicas de toda la aldea. Cada vez que una persona de categoría venía a ver al jefe se las volvían a llevar a su choza, de modo que nos turnábamos para utilizarlas, como una chaqueta de gala que había compartido con otros tres compañeros de universidad. Un lecho de tierra batida, el más incómodo que he visto en toda mi vida, completaba mi mobiliario. A un altísimo precio, me había comprado un colchón fino relleno de algodón que el jefe me envidiaba sobremanera. Las camas eran lo único que despertaba su ambición. En una ocasión me confió que deseaba morir en un lecho de hierro que pudiera dejarle a su hijo. «Las termitas no podrían comérselo -rió-. Se volverán locas.» PUNTUACIÓN SOBRE 4: