EL ÁRBOL ENCANTADO DE BELÉN
«Oh…, pequeñin, di, ¿por qué estás
temblando de frío?»
Detalle de mi árbol de Navidad, fotografía.
https://www.elcopoylarueca.com/wp-content/uploads/audio.mp3EL ÁRBOL ENCANTADO DE BELÉN
El árbol llevaba algún tiempo dormido: el intenso frío le había hurtado las hojas; y los frutos, que aún le quedaban, colgaban secos y helados. Ningún pájaro descansaba en él, ninguna ardilla correteaba por su tronco, ningún búho ululaba a la luna posado en sus ramas. El conjuro de una bruja, que había dejado caer sobre él oscuros polvos mágicos, lo había hechizado. Pero esta pesadilla terminó el día que Avecilla, agotada de tanto aletear en busca de un destino seguro, llegó al bosque que el invierno había vestido de blanco.
Avecilla estaba extenuada y era noche cerrada. Sus alas estaban congeladas y no paraba de nevar en aquel lugar tan peculiar; pues no sólo el árbol estaba encantado, también lo estaban el río y el terreno que lo rodeaba. Nada crecía en aquel confín del bosque: topos, zorros, erizos, tejones, conejos y pájaros, de mil formas y de mil colores, apenas sobrevivían en sitio tan asolado. ¡Qué triste lugar para reposar!, pero Avecilla, que apenas se sostenía en el aire, no se percató y en uno de los gélidos tallos… ¡se durmió!
Pronto llegó el sueño, ofreciéndole al pajarillo lo que tanto necesitaba: Avecilla, que sintió cómo un calorcito recorría su cuerpo, imaginó que la savia comenzaba a circular por las ramas quebradizas ofreciendo, nuevamente, viveza y color a los mustios frutos del árbol. Dormía plácidamente y en su visión, mientras los copos de nieve caían silenciosos, las flores se desvelaban para volver a mostrar sus pétalos de aromas delicados. El pájaro sentía cómo su corazón se acompasaba con el entorno. ¿Acaso…, deliraba?
¡No!, el árbol embrujado sólo requería que un ser vivo lo rozara para volver a latir: el sueño… ¡se había hecho realidad!
La mágica siesta de Avecilla la interrumpió el canto coral de los pájaros ante el festín de peras y de naranjas, de cerezas y de uvas, de higos y de manzanas, porque el árbol tenía hijos muy variados. ¡Eran apetitosas frutas escarchadas, iluminadas por los cocuyos de luces azuladas!
El musgo y el pasto se abrieron paso en la blancura helada. Entretanto, los frutos caídos, que estaban podridos, se convirtieron en azucarados manjares: ¡salieron de sus escondites las lagartijas y los tucanes, las hormigas y las marmotas, los ciervos y los reptiles, los monos y los jabalíes!
El bosque fue testigo de aquel milagro que aconteció cuando diciembre, mes del Amor eterno, la edad madura cumplía. Sucedió la misma noche en la que los Magos, ansiosos por conocer al Niño Dios, llegaban al pesebre de Belén.
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