Mi flor preferida es la flor de la Magnolia. Amo su aroma dulce y fresco que dice "primavera", su color blanco marfil, la suavidad de sus pétalos. Amo el árbol de la magnolia todo, sus ramas fuertes y torcidas y sus hojas carnosas, bien verdes y de superficie aterciopelada. Los amo porque me remontan a momentos felices de mi infancia, porque traen a mi memoria imágenes de verano, de risas, de ocio, de aventuras.
La mayoría de los veranos de mi infancia los pasé en una casa ubicada en Valle de Anisacate, un pequeñísimo poblado de las sierras de Córdoba, en Argentina. Allí pasé, en realidad, no sólo los veranos, sino tambien muchas vacaciones de invierno, la mayoría de los fines de semana de mi primaria y alguna que otra temporada más adelante.
Esa casa estaba rodeada de un jardín grande dividido en dos: una parte dedicado al jardín propiamente dicho, con pileta de natación incluida, y la otra, dedicada a una gran huerta de árboles frutales que incluían manzanos, ciruelos, durazneros y nogales. En la parte del jardín, a los costados de la puerta de entrada y, relativamente cerca de la casa misma, había dos árboles de magnolia altos, grandes, de al menos treinta años.
Recuerdo esos árboles altos y erguidos, pero a la vez amigables, porque sus ramas eran lo suficientemente bajas como para que nosotros (mi hermano, mis primos y yo), con nuestra corta edad y nuestras cortas piernas, pudieramos treparnos a ellas y alojarnos un rato allí, escondidos. Con pequeños palitos escribíamos cartas en la parte aterciopelada de sus hojas y veíamos caer cada tanto sus flores, pesadas, haciendo "¡plop!"contra el pasto, como gotas blancas y grandes, como si de pronto llovieran pétalos de magnolia. Recuerdo los filamentos amarillos llenos de rocío, esparcidos por el pasto, el rumor de las hojas al quebrarse bajo nuestros pies, la alfombra de pétalos blancos, el aroma exquisito de las flores llenando el aire, entrando por las ventanas con la brisa de la mañana y en las noches quietas.
Qué placer más grande ver noviembre llegar y saber que la casa se llenaría pronto del perfume de las magnolias. Qué hermoso era sentarme a la tardecita bajo la acacia cercana a leer un libro, y mirar las magnolias en flor mientras el libro y yo nos llenábamos rápidamente de pequeños pétalos de flor de acacia.
Quizás por eso pensar en Cordoba es para mí pensar en las magnolias. Quizas por todo eso la flor de la magnolia me dice "hogar" además de "primavera".
*La imagen del comienzo pertenece al usuario de Flickr zircon3035 bajo licencia attribution