Publicado el 23 marzo 2011 por Elcocteldeloscuentos
Cada mañana se encuentran en el mismo atasco. Si están al lado, como pasa casi siempre porque se las apañan, suben el volumen de la misma emisora que sintonizan porque se pusieron de acuerdo, y escuchan alguna canción juntos. Los acordes del guitarrista de Pink Floyd resuenan por encima de las bocinas de los coches de algunos desesperados, que prefieren gritar al de delante cualquier improperio por no avanzar, y estresarse porque saben que, una mañana más, la maldita hora punta se clava en sus horarios y les hacen llegar tarde. Ellos dos, sin embargo, lo disfrutan. Incluso hace dos semanas que desayunan juntos. Ella alarga el brazo por la ventanilla y le ofrece un poco de café de su termo de flores a él, que como llevan rato parados, se pasa un momento al asiento del copiloto para servirse, darle un croisant y volver a su sitio para esperar hasta que los coches se muevan (o no). A veces están más alejados, pero no lo suficiente como para que ella no baje y, de una carrera, llegue hasta él para servirle el café. Hablan por el móvil y siempre se encuentran. Se cuentan cosas del día anterior y cosas de los días venideros que quieren que sucedan. Hablan de deseos e ilusiones y de sueños mientras aquéllos que gritaban insultos siguen haciéndolo. Desayunan juntos y a distancia. Y por fin hoy, van a quedar para ir (por supuesto, en un solo coche) a tomar algo después del trabajo. Buenas nuevas en Circus