Finalmente la esposa de Nasrudín terminaba de tejerle un magnífico y anhelado manto de invierno.
El Mullah, encantado por la calidad del tejido y su elegante estilo, fue presuroso al vestuario a buscar un majestuoso turbante para así complementar su vestir. Se pavoneó con los suyos unos instantes y luego salió rumbo a la ciudad a lucirse con su nuevo atuendo.
En su camino, a poco andar, se le aproxima un hombre y le muestra una carta, diciéndole:
- Perdona, pero acabo de recibirla y agradecería que me la leyeras. Está escrita en árabe y por desgracia desconozco el idioma.
- Lo siento, pero no puedo ayudarte, yo también lo desconozco.
- Pero estás vestido como un árabe, sin duda hablas tu lengua natal.
El Mullah Nasrudin se quitó cuidadosamente el turbante y el manto y se los colocó al hombre, diciéndole:
- ¡Ahora que eres árabe, lee tú mismo la carta!