Una de las noticias de la semana es la prohibición de asistir a clase con la cabeza cubierta de una alumna en Pozuelo de Alarcón (comunidad de Madrid).
A ver si nos aclaramos. Las monjas pueden llevar cosas encima de la cabeza. En las procesiones de semana santa se puede ir disfrazado de matón del ku kux klán, ocultando el rostro y no pasa nada. Para andar en bici o en moto hay que taparse la cabeza. Los bomberos, los policías, los militares llevan cosas en la cabeza. Si te hacen doctor honoris causa te tienes que poner un ridículo gorro en la cabeza. El papa católico lleva una cosa extravagante tapándole la calva. Por la calle te puedes encontrar tanto señores, como señoras con un gato muerto llamado peluca mal tapándoles el cráneo. Los judíos se pueden poner un cacho de gorra en el colodrillo. Y el gobierno se pasan todo el verano diciendo que nos cubramos la cabeza para que no nos insolemos. Y tengo un vecino que lleva unos cuernos espectaculares, pero nadie le dice nada porque lleva una absurda corbata y eso cura de cualquier mal.
Está claro que el problema que hay de fondo no es el hecho de llevar algo en la cabeza, si no el simbolismo que encierra. El hiyab está representando el islamismo y por ello no se permite que un menor asista a clases en un centro educativo público y por definición laico. Sin embargo en muchos colegios hace poco se debatía sobre si había que quitar los crucifijos que representan al catolicismo. Incluso ahora nos podemos encontrar en cualquier colegio alumnos que llevan de forma visibles crucifijos colgados al cuello, que también son símbolos religiosos. En otros centros educativos ni se les ha ocurrido plantearse la prohibición de asistencia a clase en función de la vestimenta de los alumnos, o de los profesores.
A los católicos no se les puede toser en cuanto a sus ostentosas costumbres. A cualquiera se le ocurre quitar un póster de la virgen del Rocío de un colegio. Como poco te van a llamar de todo menos guapo y si insistes puedes meterte en problemas menos deseables. Si las campanas de una iglesia te despiertan un domingo por la mañana tienes que fastidiarte, pero si lo que se oye de fondo es el almuédano llamando al rezo desde el minarete de una mezquita las protestas de la gente de bien harían palidecer a la diosa Kali. Y si el centro de la ciudad está cortado por una procesión o la celebración de una beatificación pagada con los impuestos de gente que no es católica, pues te tienes que aguantar.
No se me escapa que detrás de la instigación a estas prohibiciones está, como de costumbre, la iglesia católica que quiere detener los usos islámicos en las aulas públicas antes de que los colegios concertados se llenen de hiyabs. Sería una estampa digna de una película de Berlanga ver a un profesor con alzacuellos explicar las hazañas de Fernando III El Santo contra el Imperio Almohade en una aula con media docena de hiyabs.
En otras latitudes quieren prohibir que los chavales lleven los pantalones caídos y cualquier otra estética que se considere marginal o potencialmente subversiva. Hace décadas estaba mal visto usar pantalones vaqueros, llevar el pelo largo era de delincuentes y vestir una minifalda convertía automáticamente a la portadora en una prostituta. Salvo si eran hijos de pudientes en cuyo caso se consideraba que era una extravagancia de niños consentidos.
De seguir por este absurdo camino de controlar todos los aspectos de la vida podríamos encontrarnos en un futuro no muy lejano que sólo se podrán llevar camisetas en inglés por la calle, porque si algún gracioso le da por escribir "Just do it" en árabe, chino, indi o hebreo en su camiseta, lo mismo se convierte automáticamente en un desestabilizador del orden de toda la vida, el que existió siempre, el que nos habría mantenido dentro de las cavernas si le hubiéramos hecho caso.
La intolerancia ha salido a pasear su falta de miras esta semana con argumentos pueriles del tipo "Si tu vas a un país islámico te obligan a ir como ellos quieren". Aunque es cierto que las sociedades altamente religiosas son intolerantes con lo que viene de fuera y obligan en muchos casos a adoptar sus costumbres y modos; nosotros vivimos en una sociedad laica -en teoría-, plural, tolerante y cosmopolita, en la que se supone que no nos vamos a rebajar a modos intolerantes. Por tanto, no me parece de recibo ser intolerante con el que es intolerante. Es algo que no lleva nada más que al alejamiento. Y justificar la convivencia en que el vecino vista como tú es quedarse en la superficie, cuando de lo que se trata realmente es que la actividad de cada uno no entorpezca la del vecino.
Prohibir no sirve de nada. No sirve de nada prohibir los hábitos musulmanes, como no sirve prohibir ni las indumentarias latinas, o las cabezas budhistas. Más bien al contrario se produce un movimiento de reacción en contra a los cambios impuestos. Hay que recordar que en estas tierras tan dadas a prohibir, no sirvió de mucho la prohibición de los ritos judíos, gitanos o protestantes (a pesar de que se les perseguía, se les robaba y se les mataba).
No se me escapa que mucho del revuelo que suscita las mujeres musulmanas con la cabeza cubierta está en la segregación hacia la mujer que hay en el mundo islámico, hecho que no constituye más que otro deshonroso capítulo de la historia de las religiones, que acostumbran a someter a la mujer. Las tres grandes religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e islamismo) son extremadamente machistas y han utilizado a la mujer como un objeto o como una encarnación del mal. El resto de religiones se me escapan, pero teniendo en cuenta que el éxito de las mismas está en el miedo y la represión me aventuro a decir que pocas serán las que traten con dignidad la figura femenina.
La mejor forma de que una mujer deje de ser humillada por una religión es ofreciéndole cultura y la oportunidad de desarrollar una capacidad crítica que le ayude a abandonar ese culto por voluntad propia, cosa que no se puede conseguir prohibiéndole la entrada a un centro educativo.
Las creencias religiosas seguirán estando ahí independientemente de que de se obligue a los chavales a asistir a clase con uniforme como hacen en Japón. De modo que teniendo en cuenta que la instauración de uniforme oficial para todos los alumnos de todos los centros educativos del país es una utopía, mi ruego es que se les deja ir como les de la gana. E independientemente de ello, que los religiosos se dediquen a sus respectivas religiones en sus templos y que los políticos se dediquen a hacer políticas laicas; en lugar de mal meter a unos contra otros.
El problema no es llevar un pañuelo en la cabeza. El problema es querer taparse los ojos con él.
keagustitomekedao