Siempre presumo de que escribo lo que me sale de los cojones, que no me vendo a tendencias, dictados, fans, normas o consejos.
Seguramente este sea el post más "local" que escribiré nunca. Me importa tan poco que lo lea la gente que no lo pienso compartir en ningún grupo. Lo escribo por otras motivaciones más íntimas.
El bar de "los 40 duros" nunca se llamó así. Se llamaba, se llama, Café Bar Sanlúcar.
Está en la calle veintemetros de Valladolid. También había gente que se refería a ello por su ubicación. No era del todo concreto porque había otro del mismo estilo en la misma calle, el bar de Leo.
Leo era un filipino con cara de borde y maneras de pijo. Se valía de que las copas eran baratas para que las niñas sin dinero le hicieran la rosca para conseguir beber gratis. Más adelante aprendí que a eso lo llaman "comebolsas" en el mundo de la droga.
Pues eso, era un tipo que si en vez de tener un bar vendiera rosas sería "el chino" o el "rancio asiático" pero tenía un bar de "viejos" en un barrio de una capital y se ganaba el respeto de la juventud ansiosa de vivir nuevas experiencias tras la ingesta de bebidas y emulando al Dios Baco.
Nosotros íbamos. Eramos fieles clientes como lo hemos sido de todos los sitios donde los precios no fueran caros y donde el nivel de gilipollas no fuera muy alto. Era complicado.
Todo cambió un día en el que tuvimos un "cambio de percepciones" con este tipo y nos empujó a aposentar nuestros culos y nuestros codos en otro garito.
No nos movimos mucho, unos 20 metros en la calle 20 metros. Casi inauguramos la sesión golfa de un bar "más de viejos" todavía. Le rebautizamos como el "bar de los 40 duros".
El sobrenombre puede guiaros y que os hagáis una idea de la época de la que hablamos. Estaba la peseta, los Juegos Olímpicos se celebraban en España, teníamos granos en la cara y éramos algo más pardillos que los que somos ahora.
Este bar tenía la particularidad de ser un negocio familiar donde la bebida era muy barata (40 duros la copa) y la calidad era buena. Lo regentaban dos hermanos, sus padres y un amigo recoge-vasos . Los 3 últimos pasaban de los 50 holgadamente. Usaban Coca-cola de 2 litros para bajar el precio final. Un sitio curioso.
Nosotros siempre hemos sido amigos de pocos cambios, hemos cogido cariño a los lugares donde nos cuidaran el estómago y el bolsillo, por ello pasamos en ese sitio yendo como fieles clientes muchos años, quizás demasiados.
No quiero decir el número de copas que nos hemos tomado allí, no tengo ni idea, pero estoy seguro que la suerte que tenemos de que no tenemos el cuerpo jodido es por haber ido a este sitio. Puede que alguno dudara de que estuviera aguado, puede que los refrescos se compraran en Portugal o Andorra, pero no era garrafón.
Han pasado los años, muchos años. Una casualidad nos ha llevado a cuatro de aquellos jóvenes zagales a su puerta.
Nosotros, que somos algo mitómanos en cuando a estas cosas (muy al estilo "Cómo conocí a vuestra madre") nos hicimos fotos como si fuéramos turistas japoneses y entramos.
Esperábamos que el dueño del bar, un tipo que ahora andará por los cuarentaymuchos y los 90 en kilos, nos recibiera emocionado, con lágrimas en los ojos y todo llevara a un clímax emocional muy bonito donde sonara música de Alex Ubago y todos bailáramos un baile en el medio del bar, agarrados. NO fue así.
El tipo no nos reconoció. A unos hombres que casi inauguramos su tugurio, que le hemos dejado más dinero que Barbara Rey en Torrelodones, a nosotros....a NOSOTROS no nos reconoció.
¡Desagradecido de mierda!
Nos jodió. Tenemos que reconocerlo. Nos sentimos despechados, doloridos, aturdidos, atontados por el rechazo.
Más adelante el tipo dijo que se acordaba de mi, no me lo creo mucho, realmente me la suda, ya le había cogido manía y asco.
Nuestro enfado se nos pasó a las pocas horas...bueno, más bien se mitigó...
Cuando volvía a casa no me podía quitar de la cabeza una frase de una canción de Sabina (Peces de ciudad) que rezaba eso de "en Comala comprendí, que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver"...
Pues eso, mejor quedarse con los recuerdos cuando han sido felices.
Peces de Ciudad - Joaquín Sabina