No te gustaría cambiar de sitio.
No te gustaría estar enfermo.
Nunca.
No podrías soportar un sólo segundo, ni uno, en serio, respirando así. A borbotones con la sangre y la tos y los dolores que parecen heridas abiertas. Y al final, reventar como un perro. No podrías.
No sabrías qué hacer con tantas ideas juntas, sin poder clasificarlas y empaquetarlas hasta darles salida. ¿De dónde sacarías el beneficio, entonces? Y al día siguiente, ¿dónde irías?
No te harían gracia ya los tics nerviosos del hombre del pañuelo. Nunca. Más nunca.
¿Cómo llegaron tan lejos? En mi tierra tuvieron el nombre que les di: mariquitas planas. Los bichos pobres, los que no vuelan. No muerden. No tejen.
No hacen nada.
¿Cómo se llamarán en realidad?
Y entonces verías que no hay ningún misterio en lo que dice.
Pero mientras tanto, dejad de mencionar la idea tan en vano, como si la conociérais.
Tan bien poco conocéis.
Ahí empezará todo.
Porque nunca hubo ningún misterio.
No.