El hombre y el paisaje.
Una tarde cualquiera, se detiene el tránsito y el hombre camina sobre la cebra que le señala el camino.
La tarde es fresca, por lo que nuestro hombre está abrigado. De andar firme y seguro se desplaza erguido como orgulloso de su figura a pesar de los años recorridos.
El resto parece no existir, como si se hubiera detenido el tiempo para contemplarlo.
Los desnudos árboles y los altos edificios de departamentos lo rodean en un imaginario abrazo cariñoso.