Hace unos días, mirando la tele, me senté a mirar una programa llamado "Trinny y Susannah desnudan al mundo". (No, hombre, no es pornografía).
Para aquellos que desconocen de qué se trata, les diré que son dos inglesas, expertas en moda, que ayudan a gente que no tiene idea de cómo vestirse (me incluyo en en el grupo) y los ayudan a renovar su guardarropa. Es entretenido, los consejos son muy interesantes y tiene sus momentos cómicos.
El asunto de ese día era el color. Trinny y Susannah se dedicaron a llevar ropa de color a gente (en realidad, mujeres) cuyo ropero estaba repleto de ropa negra.
Ya sabemos lo que se dice de la ropa negra. Esconde los rollos y nos hace ver más flacas.
Error. Mito.
Al parecer nos hace ver más pesadas y nos agrega años encima. La ocultación de la gordura debió haber sido un invento de algún vendedor depresivo.
Un dato injusto: Los hombres, sin embargo, (aunque no todos) se ven seductores de negro.
De todas maneras, no es novedad que los demás colores son más alegres.
Por mi parte, luego de ver el programa (que fue algo así como un shock), me desesperé. Por una vez en mi vida fui a mirar mi ropa (tuve que ordenarla, finalmente) y me di cuenta de que el 80% de mi vestimenta es negra. Aunque eso no es tanto. Peor fue recordar mi adolescencia cuando esa suma llegaba casi al 100%. ¿Cuántas personas me habrán confundido con una fanática del metal? ¿O emo?
Me salvo por unas remeras violetas y un saco rosado (que todavía no he tenido el valor de vestir). Hay mucho azul aunque también dicen que es un color melancólico. No es mucho consuelo. Y luego una remera, sin mangas, naranja, a la que le tengo asco.
Con cierto temor, decidí comenzar a usar esos colores. Solamente remeras, para que el trauma no fuera demasiado grave.
Y estaba en eso, en plena pre-revolución colorida, cuando unos días después entré a la librería de siempre y lo conocí.
Ahí estaba él. En el estante de más arriba. Lejano. Un rojo atrevido. Solito, abandonado. Único en su especie dentro de ese zoológico de mochilas negras y grises. Me lo quedé mirando unos cuantos minutos mientras esperaba mi turno.
Fue amor a primera vista.
Me encantan los bolsos. No porque sea una compradora compulsiva (mi falta de ropa es prueba innegable de ello) sino porque me encanta llenarlos. Llenarlos de libros, cuadernolas, lapiceras, curitas y otros artilugios aunque el 90% de lo que hay adentro nunca lo necesito. Simplemente me gusta tener todo a mano por las dudas de que acontezca el fin del mundo.
Le pedí al empleado que me lo alcanzara. El tamaño era perfecto. Ni muy grande ni muy chico. Perfecto para llevar mis libros y cuadernos. Y encima era acolchado por dentro, ideal por si algún día necesitaba transportar mi sacrificada laptop que hasta ese día había sufrido dentro un gastado bolso negro con el dibujo de un borroso Mickey Mouse.
No lo dudé y en menos de un minuto el bolso colgaba de mi hombro derecho. Mickey se fue a la basura.
Pero nuestro amor fue víctima de discriminación. Al parecer, el rojo es un color bastante conflictivo. El pobre bolsito recibió miradas de sorpresa primero y luego de incomodidad. ¿Cómo lo vas a combinar? ¿No había otro color más serio? ¿En qué estabas pensando?
Pero nadie ha podido detenerme y no hay día que no salga orgullosa con mi bolso rojo y, aunque sufrimos una gran falta de coordinación, somos felices.
Y ahora se viene el invierno y voy a buscarme un paraguas rojo, perfecto para días grises, y así le hace compañía a mi nuevo amigo.