Revista Literatura

El boticario (Relatos entrelazados)

Publicado el 20 junio 2011 por Matilido

El boticario (Relatos entrelazados)
Don Floro miraba caer la lluvia torrencial por su ventana y no podía  hacer que su mente dejara de pensar. Desde la revolución pocos médicos eran los que quedaban fuera de las calles protestando y la gente, como en otras viejas épocas, acudia con desespero a las boticas en busca de curación. Heridos de las revueltas, histéricos o simplemente hipocondríacos, habían comenzado a caer a su viejo negocio a pesar de que era poco lo que podia hacer por ellos, pero eso no era lo que lo preocupaba.
"Dichosa revolución -pensaba- ¿por qué un viejo boticario ha de pagar con su tranquilidad los caprichos idealistas de estos jovenes?". Aunque en el fondo estaba encantado con la idea de que alguien moviera las estructuras tiránicas que gobernaban a su amada República Occidental del Anduin, él no se permitia expresar esas ideas. Se decía que esos niñatos no tenian idea con qué se metían, y de que aunque lograran sus metas en años se convertirian en algo similar a lo que derrocaron... eso lo sabía bien Don Floro que recordaba bien su propia revolucón en aquel inmortal verano del 48 cuando junto con su adorada Jasmine se atrevió a renegar del oficio de su familia ¡Y en qué terminó, mirenlo!. Pero no, tampoco era eso lo que lo preocupaba.
Como digno representante de una vieja estirpe de boticarios cuyos origenes se remontan a los apothecarios moros de Venecia, sabia consevar la mente en frio en todas las situaciones, eso le permitía ser el mejor de los al que se pudiera acudir. Pero no,  por su humor, sus ideas amargadas y sus mañas la gente no lo queria tanto y acudia a él cuando no quedaba lugar en esas hermosas boticas atendidas por jovenes boticarios amables e incompetentes. Y esto ocurria dos veces por tarde, con religiosa puntualidad: una hora despues del mediodia y media hora antes del atardecer. En el fondo le ofendia que no se lo eligiese, y respondia a ello con más malhumor. Y eso tampoco era el motivo de sus preocupaciones, si se me permite el pecado literario de la reiteración.
Tampoco lo desvelaba el hecho que acababa de ocurrir, terrible pero habitual. El último muchacho herido había caido casi sin vida hacía ya alrededor de una hora. Un joven delgado y pálido, de cabeza rapada y tatuajes por todos lados. Poco pudo hacer con sus conocimientos, pero bastante más de lo que cualquier otro hubiera hecho, al menos logró evitarle el dolor. Con tristeza y dificultad a causa de la oscuridad que reinante escribia la historia en su viejo libro, tradición de su padre y de su abuelo, era el tercer volumen que escribia en su vida, y el noveno que se veia en la estanteria, orgullo de la tradicion familiar Rammachandran. Tenia la certeza de que si leia más sobre sus historias los proximos "pacientes" tendrian más chance de vivir si llegaban a su puerta, y como siempre, mucha más que en cualquier otra.
La preocupación llegaba a su punto cúlmine en la hora fria del ocaso, y no era porque  en esa hora solia arrancar hacia la vieja "Biblioteca Escondida de Artes y Ciencias, de Esta y Otras Épocas" la cual estaba por cerrar sus puertas para siempre. ¡Maldito régimen que atentaba contra aquel fantástico lugar! A la vista de el mundo era una puerta entre miles de la que colgaba un cartel tallado que rezaba el curioso nombre, y que a la cansada vista suya era un paraíso bibliófilo de tranquilidad, reflexión y aprendizaje. La encargada con sus lentes enormes (¡Qué gafas tan grandes, jamás había visto otras iguales!) era capaz de encontrar cualquier información en segundos. Uno se veia literalmente desbordado de libros instantes después de hacer su consulta: asi de único era el lugar que estaba por desaparecer para poner en su lugar otra de esas dichosas oficinas de propaganda. Tal era el eufemismo de "lugar-de-destino-de-promesas-nepotistas-y-de-acomodacion-laboral-de-familiares-inútiles" sitios por los cuales el gobierno sentía un poco sano cariño.
Lo que a Don Floro realmente preocupaba, y he aqui el quid de la cuestón, era el descubrimiento que habia hecho meses atrás. Lo recordaba muy bien, fue cuando aquel pintor habia llegado a su puerta con pocas chances de vivir y que tras sus cuidados habia salido caminando como si nada. No pudo dejar de disfrutar del triunfo porque su "paciente" en su delirio no dejaba de mirar por la ventana hacia el frente mientras trataba de ayudarle. "El enano saltarín" o alguna palabra confusa de esa índole parecía repetír en su confusión y hacia todo lo posible por atravesar la ventana hacia el callejón, como si no fuera de vidrio sólido. Y esa conducta se repetía en cada uno de los pacientes más graves, este ultimo muchacho que apenas caminaba al llegar no era la excepción: ponia todas sus fuerzas en cruzar el callejón de la Perdiz. Y además, aunque no se lo confesaría nunca a nadie se sentia observado... siempre lo sintió pero nunca lo creyó. "¿Me estaré volviendo tan loco como los tiempos en los que vivo?", pensaba mientras un escalofrio le obligaba a apartar la vista de la ventana. Conocía bien esa señal, no toleraría otro minuto más en la botica. Rengueando tomó su abrigo y su brújula y salió con paso apurado en dirección norte, camino hacia la biblioteca que abriria en una hora. Miró el edificio en ruinas que estaba enfrente a su botica y que conformaba junto con ella y una enorme pared de ladrillos la totalidad del viejo callejón. Y se sintió observado nuevamente, y hubiera jurado que su mirada hasta podia ver ojos, y que sus oidos escuchaban alegres tintineos de vasos mezclados con jolgoriosa conversación. Pero no, era su imaginación, debía de ser su imaginación. Asi lo comprobo de un vistazo, y tan pronto como lo hizo huyó lo más pronto que pudo sabiendo que no podía huir de su destino, que mañana volvería y  que tendria que huir otra vez.
***
Mientras atendía a la pareja de piratas jubilados Carloto vió entrar al joven pelado y supo en seguida que hacer: con un gesto le indico que pasara a las habitaciones de atrás. "Otro más-pensó- ya faltan menos". Acerca de eso se encontraba meditando cuando escuchó la pregunta "¿Y si nunca hubo nada más que esto? ¿Y si todo eso que decimos no recordar no es sino fruto de estas tertulias en las que nos hemos ido enrevesando sin poder evitarlo?" E interrumpió sus refelxiones para intercambiar miradas con el Urshak el mono, viejo amigo. Y asi,  como tantas noches lo habían hecho, olvidaron viejos temores y rieron... Era simplemente otra jornada en el Enano Saltarín.

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Y esta es mi participación en esta notable iniciativa llamada RELATOS ENTRELAZADOS. He de pedir perdón por la extensión, espero que no les resulte excesiva. Dejo el testigo a Raindrop con su blog close2u, quien estoy seguro que continuará de forma excelente con esta empresa y a quien espero no haber complicado el camino (si es asi, mis disculpas...).
He de decir que Jlin me ha dejado con su entrada inicial una tierra muy fértil para continuar y que mi mente (o quien sea que comande alli arriba) con sus misteriosos caminos lo ha llevado todo por un lado medio Sartre, algo oscuro tal vez. ¿Qué seguirá en la historia de este universo? Pues está en las manos del buen Raindrop y nos enteraremos pronto...
¡Nos vemos en el próximo blog!
El boticario (Relatos entrelazados).

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