El piso del cafetín no es un damero. Tiene intercalados baldosines negros en los vértices, se conoce que cuando lo pusieron no quisieron ser excesivamente estrictos con el solado. Ya se sabe que algunos axiomas no conducen a nada y menos a la hora de trazar el suelo de un cafetín. Las mesas tienen el tablero de mármol sobre una estructura metálica pintada igual que las paredes, con cuatro patas. Si tuviesen una serían veladores. Estaría completo, perfecto y circular, el cafetín, si en él tocase una orquestina… O un ciego llamado Gaudencio que al acordeón interpretase la mazurca Ma pettite Mariane hasta el amanecer.
—Yo, queridos amigos, estaba poseído de una santa inspiración, como un brahmán o un derviche en oración. Ya saben ustedes de mi estilo, mezcla de Borges, Aldecoa, Pla, Cervantes, Dostoiesvki y Eduardo Galeano (¡Ay Galeano! El fiel Galeano que tapa su calva con una gorra de marinero). Las ideas llegaban a mi mente con la lentitud propia de las otoñadas, de los bosques autóctonos, especialmente de hayas. Con la sumisión de las mujeres de Bali, con la constancia de una hormiga obrera…
El que habla es Servando Sautuola, nada que ver con don Marcelino el descubridor
—He adoptado el hinduismo como segunda fe ¿Acaso no han puesto en las escuelas públicas una segunda lengua? Pues eso voy a hacer yo con mis creencias.
Y se compró los Cuatro Vedas, el Brahma Sutra, el Maha Bhárata y el Ramayana, por correspondencia a un gurú de California traducidos al español de allí.
A lo que íbamos, Servando se creé que iba para intelectual francés, pero por no sé qué cosas de la metempsicosis se quedó en escritor aficionado de la llanura. Pero está seguro que en uno de los resurgimientos llegará a ser un afectado intelectual francés. La imposibilidad de bañarse en el Ganges lo mantendrá en el círculo infinito y doloroso de las reencarnaciones.
—… de una hormiga obrera. Yo, queridos amigos, iba completando líneas, los dedos, extrañamente, sabían que tecla pulsar, una a una, descuidadamente, mecánicamente, con esa indolente vehemencia con que —aunque os parezca mentira— son empujadas al nacer las obras que perduran…
Todos piden agua de Vichi, con mucho hielo y limón. De vez en cuando, alguien en un alarde de desenfreno pide un Jack Daniel’s con cola. Servando, la noche que está inspirado, para llamar al mozo afecta la voz (más) y le suelta un «garçon!» que causa sonrojo en la mesa y chufla en las demás.
—Oye… ¿Sabéis qué en la Cooperativa “La Justa Razón” se ha fugado el gerente con cien mil euros y una secretaria eslava que está como un tren?
—¿Quién?
—Uno cuarentón, que tiene un Toyota Cherokee Mondeo blanco, que está casado con una hija del cojo “Velillas” que llevaba las cuentas en la destilería de los “Enjutos”.
—… ya digo, como un brahmán, impasible, eficiente, liviano, imperturbable, ajeno a todo y en perfecta comunión con el Cielo y las fuerzas telúricas que mueven el interior del planeta, conseguí componer el relato, del que me siento orgulloso y que será el inicio de mis éxitos en el noble arte de la escritura. Sabedlo.
—Oye Servando, y tu brahmán ese, impasible e imperturbable, ¿ante un tábano qué haría?
—Tú lo que quieres es que me coma el tigre.
—No. Yo lo que quiero es que no nos des la tabarra.
Ya en la calle, Marcos, el más posibilista de nuestra tertulia, comenta por bajini, como confidencialmente:
—Estas reuniones son muy útiles, sirven para comparar nuestro estilo, conocer nuestros proyectos… en fin, hasta el jueves que viene.
Y nos vamos.