Revista Literatura

El brillo

Publicado el 01 agosto 2020 por Rogger

No sabes cuántas vueltas ha dado el mundo y en qué recónditos lugares he buscado un poco de paz. Nada puede devolver el tiempo, nada puede reparar el pasado.
Hoy recibí tu mensaje y no pude evitar ver tu foto. Has cambiado muy poco. Ya no tienes brillo. Quizá solo yo puedo ver eso. Aquella chica que me regaló su primera y mejor sonrisa en la feria, no brilla más. Sin duda eres hermosa y no dejarás de serlo. Tus ojos miel están ahí, tus perfectos dientes resaltan aún más bajo aquella pequeña nariz que me gustaba besar. Tu cabello ensortijado, tus pequeñas manos, tu alma blanca. En la foto estás ante Machu Picchu, la montaña sagrada, hace dos meses. Es una magnífica toma. Repito, casi no has cambiado.
Como cuando te conocí, hoy sentí un remezón al verte. Así fue en aquél entonces, tuve que sentarme para no perder el equilibrio. Después de tomar un poco de aliento y otro poco de osadía, me acerqué y te invité un chicle. Te reíste. Parecías haberlo intuido. No fue difícil acercarme a ti, pese a que, dijeron tus compañeros, tenías la bien ganada fama de arisca, (“educadamente hosca”, dijeron).
Aquella misma tarde bebimos un café. Después de reírnos de cualquier cosa, ya no queríamos regresar al trabajo. Sesenta minutos pasaron raudamente pero el deber pudo más.
Al día siguiente, con los buenos días, me diste un sorpresivo beso en la mejilla. Bailó mi corazón. Y apenas me recuperaba, me invitaste a almorzar en la pensión de tu marca, con todos los demás miembros de tu equipo de ventas. Íbamos a cometer un sacrilegio, porque éramos competencia, pero no te importó. Apenas entramos, y ante el estupor general, me tomaste la mano. Fue demasiado para tan poco tiempo. Así, atados, buscamos una mesa. Yo flotaba.
Pronto empezó el remolino. Vivimos días espléndidos, compartimos todo lo que nuestra precaria economía de vendedores de electrodomésticos nos permitió. Apenas cobrábamos salario nos deslizábamos hasta aquél hotelito, que encontramos tras largas disquisiciones morales. La necesidad de estar juntos podía más. Nuestros enfrentamientos empezaban y terminaban en los gustos musicales. Éramos tan distintos. Tú la balada en español, yo la salsa y el rock. Hoy, cada vez que escucho tus canciones, te veo como entonces, brillante, diáfana y feliz.
La primera vez que te hablé de Borges te dormiste en mi pecho. Después de eso, cuando buscabas sueño me pedías que te hablara de libros y escritores. A mí me encantaba tu desfachatez. Todo transcurrió así, en medio de constante ensoñación y delirio. Cada paso lo dábamos juntos, aunque eso significara el caos. Más tarde, tu equipo de ventas empezó a aceptarme. Al contrario, el mío me había desterrado inmediatamente después de la feria.
Tres meses de dicha terminaron cuando te confesé que te había mentido. Me abofeteaste y te echaste a llorar en la penumbra de la discoteca. No dije nada. No encontré palabras que atenuaran mi felonía. Después de unos minutos te secaste las lágrimas y tomaste tu bolso. En silencio te vi marchar. Era tu derecho. Pensé que al día siguiente podría explicarte todo. No hubo próxima vez. Me cerraste todas las puertas. Nunca más obtuve media palabra de tu boca. Después de un mes de esperarte, acudir a tu hermana, a tu mejor amiga y hasta a tu jefe, finalmente me convencí.
Tu mensaje debe quedar ahí, en la bandeja de recibidos y más tarde, cuando recupere algo de valor y cordura, lo borraré.
Yo te quité ese brillo que hoy te falta.
Derechos Reservados Copyright © 2020 de Rogger Alzamora Quijano

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