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Cuando, como cada tarde, regrese su padre a casa, tendrá la impresión de que reina una paz siniestra, el caos por doquier será testigo de una pelea anterior. Un rayo de sol incidirá en los cristales del ventanal descomponiéndose en mil pedazos para dibujar el perfil de ella yaciendo en el charco de su propia sangre. “¡Ya tienes tu merecido, zorra!” le gritará y como un loco lo buscará, pero hoy él tiene su pistola.
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