Publicado el 17 enero 2013 por Francescbon
@francescbon
Soy un futbolista increpado desde la grada por su bajo rendimiento.Claro: qué otro símil cabría esperar cuando se empieza a escribir en el intermedio de un partido. Estoy jodido.Sí: me cuesta concentrarme en la lectura, no me gusta lo que escribo, avanzo lento en los dos o tres libros que estoy combinando, y he encontrado dos discos que me gustan un montón. Muy difícil escribir y oír música a la vez, imposible leer y escribir música, en mi caso. Pero ojo: no tanto como para que me vengan las ganitas de llorar. Así que tengo que apretar. Tengo que sacar algo que huela a sudor aunque ese sudor sea helado. La presión. Puede con demasiadas cosas. Puede no sólo con la concentración y la calma y los paraísos idílicos donde las mozas dicen aloha.No debería haberme despachado cuatro libros en un post. Una decisión muy poco empresarial, muy poco de estratega del marketing de venderse a uno mismo. No soy una buena puta, vamos. Otra cosa que debo hacer: acabar con esta manía de los títulos descolocantes. Ahora me doy cuenta, porque lo estoy aprendiendo de los amigos americanos, que eso impide que la gente te encuentre cuando va buscando algo concreto. Así, si hablo de un libro concreto debería poner ese título y el nombre de su escritor en el título del post: la frasecita incongruente la pongo después y así el señor que quiera enterarse de lo que este humilde siervo del señor piensa de un libro no se parará en otro lugar de esos donde dan malos consejos y entronizan a Isabel Allende. Por tanto debo hacer eso, ayudar a la gente y a las maquinitas de búsqueda, que las pobres bastante mal que lo pasan en salas refrigeradas en rincones del mundo donde el alquiler del suelo es asequible. Pobres servidores. Así lograré ser influyente. Así la gente comprenderá el proceso mental de la crítica, sustancialmente diferente a la reseña. Con miles de respetos, la palabra reseña, aunque la use a destajo, me resulta algo de instituto: resumes el libro, hablas un poquitín del escritor, de alguna obra anterior, pones dos frasecitas sobre el estilo y la estructura y al final dos frasecitas más para pronunciarte. Pero la crítica es algo diferente. Para empezar cada vez que lees un libro con un sentido crítico tienes que poner tu cerebro como una locomotora. Tiene que pasar toda tu colección de lecturas como esas peliculillas previas a la muerte, y una vez has superado ese número inicial de páginas, empezar el procesado de imágenes para trazar analogías: se parece a este otro escritor, se parece a este otro libro, toma de aquí, toma de allá, se inspira, ojo, se inspira demasiado, copia, plagia, homenajea, fusila. Qué feo eso de fusilar, en esta civilizada zona del mundo donde no queremos la pena de muerte más que cuando nos da un apretón. En fin, que criticar discos y series y libros es algo extenuante por el ritmo que te exige, no por la responsabilidad, que ni soy Spiderman ni me importa un pepino si hundo la carrera a un mal escritor, ya no digo a un mal musico, sino por eso que digo, porque el cerebro compara frases (o canciones, o ritmos) y personajes y estructuras con todos los otros libros (discos) que tienen el mérito de haber dejado algo ahí para el recuerdo. Y, al final, uno se sienta ante el teclado con ganas feroces de ensalzar o destripar, y con ganas más civilizadas (en esos ingratos libros - o discos, narices - que combinan virtudes y defectos, que resultan ser muchísimos) de explicar que sí pero a lo mejor, y suelta su parrafada, y acaba pensando si la crítica es única, claro que sí que lo es, o si la crítica aporta algo al planeta que antes no estuviese. Si ese tipo en las quimbambas que te ha leído va a cometer el error de su vida haciéndote caso y va a dejar, o no, pasar un libro ( o disco, hostia, me estoy hartando ya) que hubiera cambiado su vida, y porque tu le has dicho que no vale ni el papel en que está escrito, lo ha dejado correr. Por ahí.