Un día, un samurai caminando se paró, se sentó en una piedra y con cara de pocos amigos se inmortalizó en ella. Estaba harto de luchar, harto de ver como su vida seguía siendo la misma, y no en el maestro que en algún momento de la vida, alguien lo iluminaría. Pero todo eran palabrerías, y el ya estaba harto, cansado de ellas.
Entonces un maestro pasó por su lado, y al ver tal estatua, sentada en esa roca, preguntó lo que le había pasado. El samurai con rencor le contó con todo detalle, y el maestro se echo a reír. El samurai se quedo atónito, no sabia que decir. Entonces escuchó.
- La vida no es el camino, que todos tenemos que contar, si no que tenemos que vivir, disfrutar. Si te crees que hasta ahora ya es la vida, estás equivocado, porque el surco de ella sigue y sigue, hasta que un día se pare, pero ese día tu y yo ya no estaremos hablando.