Además, era el día de la presentación del equipo para esta nueva temporada que ese inicia en breve. Era el día del trofeo “Joan Gamper”. Para acabar de ponerle la guinda al pastel, jugábamos contra el Milan, el equipo de Ronaldinho. El verlo jugar otra vez en el Camp Nou, y además en tan buena compañía, resaltaba la singularidad del día.
La presentación fue austera. Cuatro petardos, una batucada y un problema en el micro que no permitió escuchar a un Guardiola que segúia hablando a pesar de saber que nadie le escuchaba. Fue una nota un tanto triste. Me recordó a la película Forres Gump, cuando vestido de militar habla y nadie le escucha porque un militar ha desconectado los altavoces. Al final, todo el mundo aplaude sin saber que ha dicho. Aquí pasó lo mismo, todo el mundo aplaudió a un Guardiola que no había dicho nada.
La gran pitada al anteriormente presidente, fue apoteósica. Sobre todo viendo en la pantalla de los marcadores su sonrisa forzada. Era sabedor de lo crítico de la masa social que allí había, pero parecía que se lo pasaba por el forro.
Unos minutos antes del partido, se alinearon los jugadores a ambos lados del cuarteto arbitral. Allí faltaba “el Gaucho”. Un vídeo en los marcadores recordaba sus mejores jugadas. La gente rugía, gritaba, silbaba… Cuando el vídeo finalizó, Ronnie saltó al terreno de juego y todo el mundo se puso en pie coreando su nombre. En las pantallas se vio como se tocaba la cara, creo que ese tipo, mago del balón, con más dinero del que tú y yo podríamos soñar nunca, y quizás por encima del bien y del mal, se hizo humano por unos segundos para emocionarse.
El juego no brilló demasiado, y no voy a hacer aquí de crítico. A mí, particularmente, me pareció un partido lento y aburrido, aunque hubo momentos estelares, sobre todo en la segunda parte.
El Gaucho nos deleitó al principio del partido con unos gorritos, pero poco más. No corre demasiado, creo que vino aquí a lo que vino, es decir, al partido de "solteros entre casados", irse de cenita por la noche, y que le hicieran un homenaje que se merecía desde hace tiempo.
Para él, seguramente, el mejor momento fue sin duda el de su sustitución, todo el mundo coreaba su nombre y mostró una camiseta en la que lucía un mensaje de cariño hacia la afición culé.
A todo esto, mi hijo seguía el partido con cuatro ojos, sabía quién era quién, comentaba los errores, las jugadas, los goles (por cierto, golazo del Milan) y pitaba conmigo a los árbitros.
Entre los 96.195 espectadores que acudimos a ver el partido, había de todo. Desde el típico señor con mal genio que se enfada porque alguien ha aprovechado su asiento para estar a la sombra, hasta el turista que viene a ver el partido expresamente, pasando por los típicos tíos que se sienten muy importantes y muy duros fumándose unos cigarrillos manualmente condimentados por otros productos, sin importarles demasiado estar rodeados de críos…
En general, fantástico. El hecho de no poder tomarte una cerveza viendo el partido, lo desaliño un poquito, pero bueno, todo sea por el deporte rey.
Larga vida a Ronnie…