El niño Arenas, como se le conocía cuando comenzó a pugnar en política, ha anunciado su renuncia a la reelección como presidente del PP andaluz en el congreso regional que se celebrará a mediados del mes próximo. Con él se va su fiel escudero, entrenador y secretario general del partido en Andalucía, Antonio Sanz, quien vivía sólo y exclusivamente al servicio del púgil idolatrado, al que no ha visto conquistar un título pertinazmente ambicionado hasta la obsesión.
Procurando hacer mella en la capacidad psicológica del contrario, al que atacó desde la ética a la bética, desde la soberbia a la humildad, incluso desde la izquierda y la derecha mostrándose a veces adalid de las clases oprimidas y otras como valedor de la confianza de las élites que manejan la bolsa, el correoso Arenas lo ha intentado todo, Ere que Ere, con tal no sólo de poner un pica en este Flandes del sur, sino también demostrar a sus huestes y a quienes apostaban por él que era el mejor candidato para la última reconquista, siendo indiscutido… hasta la derrota.
Dicen sus acólitos que el campeón mantiene otros frentes abiertos en el Senado y Madrid, donde demostrará su incondicional vinculación con la tierra de la que procede, aquella que no dudan en ofender sus propios correligionarios cada vez que Andalucía no se pliega a sus pretensiones, sin que este hijo pródigo, como ágil púgil de cejas enmarcadas y redundante expresión, se dignara corregir, mucho menos rebatir, evidenciando las fidelidades que ahora le buscan cobijo.
Lo cierto es que abandona una larga trayectoria en el pugilismo andaluz, categoría en la que, salvo asaltos puntuales, nunca ha conseguido la victoria que tanto soñaba, la del título indiscutible de auténtico campeón, no la que el de Olvera acuñara en sus alocuciones coloquiales. Pero que tire la toalla no significa que haya perdido fuelle ni pegada como para consentir que en el gimnasio, donde deja jóvenes, con uñas y oñas, impacientes por subir al ring, puedan tildarlo de “derrotado”. ¡Bonito es el niño Arenas!