Un músico callejero, un forastero, provocó una seria disputa en el alma de Ana. La esperanza y la desconfianza se vieron las caras. La esperanza le hablaba de nuevas oportunidades. Pero la desconfianza, con el poder que otorga el miedo, la paralizaba al sostener con firmeza que los peligros rastrean toda aventura. Y mientras cada mañana el cantautor amenizaba la jornada, ella desgranaba su historia y luchaba con su alma.
Cuando el músico se llevó su aliento rimado a otra parte, Ana tomó una decisión. El conserje cuenta que la vio atravesar el portal bañada en L’Air du Temps. Dice que aquella noche iba radiante. Dice el portero, que era poeta, que Ana fue recibida por una lluvia de estrellas.
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