EL CARACOL.
Un enorme caracol yace en la arena cada golpe en el costadoclavó más honda la espiral de su vacío.“Trazos”Juan K. Zamora.
Emerge del sueño confuso, no sabe si ha soñado el impacto o si se trata de un simple accidente... Un segundo impacto lo estremece todo, incluso sus vísceras... La ferocidad de cada nuevo golpe va cambiando la atmósfera que se torna irrespirable por causa del serrín de esmalte que se desprende de las paredes y el techo..., ya no se puede abrir los ojos y las retumbantes vibraciones desequilibran el tino... Una primera hendedura surge en la pared, y se agranda sucesivamente hasta que la luz y el aire se abren paso hacia el interior, cristalizando parte de sus tejidos en un crepitar oloroso a chamusquina... Enmudece por el dolor y se repliega sobre sí mismo obstinado en permanecer... Nuevas brechas aparecen, acentuándose tras los estruendos, develadas por las cortinas de polvo que caen después de cada derrumbe... Cree enloquecer, y en un arranque de coraje decide salir fuera precipitando, de una vez, los acontecimientos al parecer inevitables... El más profundo eco palpita en toda la estructura y emerge intermitente, llamándolo... Se arrolla, lanzándose a las vueltas interminables y descendentes de la espiral cónica...; extiende alternativamente las extremidades, marcando en las paredes los diferentes compases de cada nuevo giro... Se adentra en el silencio y la oscuridad hasta que sus llagas comienzan a sentir el alivio que les produce la sabia aplicación de cristalinas viscosidades secretas... Las paredes circulares van reduciendo cada vez más su diámetro hasta que el avance le resulta imposible; el conducto queda obstruido por su propio cuerpo... Saborea la quietud y reposa, entonces duerme y se sueña un gigantesco ente abisal, eterno, solitario; envuelto en la tibieza y humedad de un útero maternal que nunca lo parirá... En algún lejano horizonte, alguien cabalga un reloj...; el péndulo oscila sus vaivenes sobre dos enormes tambores... Despierta sobresaltado y reorganiza, instantáneamente, toda su tenacidad existencial... Y fluye, aullando, hacia el insondable resquicio helicoidal que tiene por delante.
... Hincando la arena enmohece su herrumbre un péndulo, inmóvil en el sueño perezoso de un viejo relojero.