Revista Literatura

El cartel

Publicado el 19 julio 2012 por Humbertodib

El cartelAndaba yo caminando por la calle Paraná al 300, cuando vi en la vidriera de un negocio anodino un cartel que decía “Se arreglan corazones rotos”. Sorprendido, me detuve de golpe e hice que varios transeúntes que venían detrás de mí chocaran en una suerte de efecto dominó invertido. Sostuve las maldiciones con una mueca boba, pero no me moví ni un milímetro de allí. No podía entender que yo fuera el único paspado al que le llamara la atención el cartel. Azuzado por la intriga, decidí entrar en el lugar. Detrás del mostrador y envarado en un guardapolvo gris oscuro, había un hombre bajo, regordete y de cabello ralo. -Perdón, señor, ¿aquí se arreglan corazones… rotos?- pregunté dubitativo. -Así es, ¿usted tiene el suyo muy deteriorado? -Eh…no, en fin… digamos que ahora está sano. -Pero usted no tiene el corazón intacto, eso puede verse claramente- afirmó. -Bueno, ¿quién lo tiene intacto? -Mire hacia la calle- me ordenó y yo le hice caso -¿Ve esa gente que pasa por delante de la vidriera sin notarla? -Sí… -Esos sujetos no pueden ver este cartel porque sus corazones ni siquiera estuvieron cerca de ser lastimados. Por eso pasan así, remotos, desinteresados, indescifrables. La clase de comercio que una persona ve indica el tipo de vida que ha llevado. Sin ir más lejos, en la próxima cuadra, muchos de ellos se meterán en un local en cuyo cartel diga: “Se vende felicidad”. Allí dejarán sus buenos pesos para llevarse un paquete de dicha, o algo de gozo, o un puñado de júbilo y regocijo. Cuando usted pase por el lugar, sólo verá una tintorería, común y corriente, atendida por un japonés… Eso sí, tal vez le parezca que tiene los ojos demasiado rasgados.

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