Revista Diario

El castigo

Publicado el 07 julio 2013 por Colo Villén @Coliflorchita
Empezaré diciendo que no creo en los castigos.
El castigo como medio de penalizar cierta conducta con el fin de que ésta no se repita de nuevo, lo encuentro fuera de lugar. Tampoco creo en el castigo físico, desde luego.
Entiendo que esta afirmación crea controversia entre los padres, es difícil explicar los motivos por los que considero estos métodos obsoletos y poco respetuosos y tampoco es fácil comprenderlos y aceptarlos sin realizar una propia revisión de lo que hemos vivido y somos. No siempre resulta cómodo mirar atrás y aceptar que no todo lo recibido, aún con amor, es lo más acertado.
En casa no castigamos, mucha gente me pregunta que entonces qué hacemos cuando nuestra hija hace algo que no está “bien”. Bueno, improvisamos desde la escucha. ¿Qué improvisamos con la crianza de nuestra hija? Sí, así es, tratamos de hacerle entender lo que su acto supone y mostrarle las consecuencias de él. Siempre será mejor que la imposición de la fuerza o sembrar el miedo.  ¿Es un método nuevo? No, es sencillamente, lo que haríamos con cualquier otra persona que no fuera una niña pero empleando argumentos sencillos, porque sí es una niña.
Pero fuera de casa la cosa cambia… Y nuestra Cerecita se enfrenta al mundo de premios y castigos. Cuando sus “buenas conductas”, y las de sus compañeros, son reconocidas y sus “malas acciones” amonestadas. En ese mundo escolar, es donde ella ha conocido el famoso Rincón de pensar.
Una vez su profesora nos comentó que había mordido a un niño. Parece que fue un hecho puntual sin mayor transcendencia y que ella se encuentra integrada y respetuosa con sus compañeros. Quedé un poco desconcertada y en alerta por lo ocurrido pero sin hacer dramas. Sin embargo, hace unos días jugando en casa, me mordió a mí. No era una situación de enfado, estábamos jugando, pero el mordisco no fue parte del juego, creo que se puso nerviosa. Grité porque no lo esperaba (y porque me hizo daño) y ella se echó a llorar porque leyó en mi reacción que me había lastimado. Le expliqué que me había dolido, que no esperaba ese ataque y que ahora no me apetecía continuar jugando (no a modo de escarmiento sino porque verdaderamente no deseaba reanudar el juego).
Se disculpó espontáneamente y a continuación, volviendo a llorar, me pidió que no se lo contase a su profesora, que le iba a regañar y mandarla al rincón de pensar. Le expliqué que no tenía de qué preocuparse, que en nuestra casa no existen los rincones, que no es “mala” por haberme mordido, que nadie iba a castigarla por ello, que lo importante es que supiera que me había lastimado. Sin embargo, ella repetía entre lágrimas que no se lo dijera y la angustia que mostraba en su petición, me sorprendió y sobrecogió por igual.
Mi lectura es la siguiente: el castigo en sí es traumático y poco efectivo. No ha logrado (de momento) que evite el morder y, en cambio, ha sembrado el temor a la regañina y al dichoso rincón. Ella no ha comprendido en absoluto las consecuencias de su acto ni para sí misma ni para aquel al que agrede, tan sólo asocia su acción al temido castigo. ¿Podemos considerar el método como adecuado?... yo lo veo claro…
Tras calmarla y acunarla, me quedé revuelta esa tarde. Y me puse a pensar en las cosas que de niña evitaba hacer temiendo la reprimenda y no tanto por el hecho en sí. Y en cómo se prioriza el equilibrio del mundo adulto frente a la comprensión infantil, parece que es preferible que los niños no repitan según que conductas por temor a que se hagan responsables de sus actos. Qué más da que se logre a través del miedo y la imposición, lo importante es que no lo hagan más… ¿debería valernos?... a mí no.
  

El castigo

Ilustración de Quino



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