El primero en darse cuenta de lo que estaba pasando había sido un joven lector de 15 años, que cuando abrió el libro de Melville observó sorprendido que el capitán que perseguía a Moby Dick por el ancho océano se llamaba ahora Madame Bovary... y no aquel adusto e imperturbable Ahab que venía en todas las reseñas y resúmenes.
Fue aquél el momento en el que se dio la voz de alarma en el ordenado y rígido universo literario.
Los lectores de todo el mundo se encaramaron velozmente sobre los estantes más altos de sus librerías y desempolvaron sus novelas más queridas para descubrir, petrificados, que algo muy extraño estaba sucediendo entre aquellas letras y páginas: ahora Dorian Gray navegaba por el misisipí en compañía de su inseparable amigo Huckleberry Finn para acabar enamorándose perdidamente de la entrañable Becky... mientras que Ignatius J. Reilly naufragaba en una isla perdida acompañado de un negro desnudo y medio canibal llamado Viernes.
Dentro de otra novela, un viejo lector contemplaba como John Silver el Largo se armaba caballero y recorría ahora los polvorientos caminos de La Mancha subido en un huesudo rocinante y con una lánguida Margarita Gautier a su lado.
Leopold Bloom, entretanto, se peleaba con el Capitán Garfio sobre un galeón en una infructuosa batalla por evitar que el tiempo le marchitase los sueños del niño que había sido... y también hay que decir que boquiabiertos habían quedado muchos cuando Ana Karenina pasó de los veinticinco centímetros a medir más de tres metros tras comer el pastel en el que se lee ¡CÓMEME!, y todo por culpa de una siesta lisérgica bajo un árbol y un maldito conejo blanco...
¿Qué estaba pasando dentro de aquellos libros?, se preguntaban todos.
Sherlock Holmes explicó muy claro toda aquella súbita entropía literaria en su colofón final de "Crimen y Castigo", después de perdonarle la vida a la anciana usurera:
- ... ustedes los lectores pueden intercambiar infinitamente sus libros y vivir mil vidas a través de ellos; tienen la posibilidad de construirse otras existencias, de colocarse miles de máscaras, mientras que nosotros, sus personajes, estamos condenados a repetir para su deleite y placer varios millones de veces las mismas rutinarias tramas, escenas, desarrollos, desamores, aventuras, desgracias... por eso ahora los personajes de sus desvelos y fantasías, tanto los más simples y lineales como los más circulares y complejos, hemos llegado a un acuerdo y decidido cruzar nuestros papeles y títulos para poder saltar así de libro en libro, como hacen ustedes, y construirnos otras vidas en otras historias diferentes, desviándonos así un poco de la asfixiante rutina en la que vivíamos inmersos...
Algunos lectores entendieron perfectamente aquellas sensatas razones esgrimidas por el victoriano detective inglés, aunque no se acostumbraban del todo a leer cómo Fortunata y Jacinta regresaban del futuro en una máquina del tiempo después de luchar contra los temibles Morlocks... o a ver cómo un desarrapado Oliver Twist revivía intensamente su reciente infancia, su tiempo perdido, mientras mojaba en su lujosa casa de París una magdalena en una taza té.
Muchos de esos leedores, desencantados, cerraron sus libros y se pasaron a la narcótica televisión.
Tardaron poco tiempo en llegar a un acuerdo, pues se habían dado cuenta de que los unos sin los otros no eran casi nada, apenas existían, y además todos querían seguir disfrutando de esas otras vidas para su comprensión íntima y placer personal. El trato consistía en que los lectores dejarían la televisión y volverían a los libros entretanto que sus personajes podrían seguir manteniendo su cruce de roles, su charactercrossing, pero sólo cuando éstos estuviesen cerrados, nunca mientras fuesen leídos.
Y así, cuando la luz entra en los libros, el rabioso y poco sofisticado Capitán Ahab seguro que os parecerá que acaba siempre en el fondo del mar enganchado a la arponeada gran ballena blanca... pero lo que no sabéis es que cuando el libro se cierra y en la oscuridad se besan las letras, el Capitan Ahab se vuelve un joven millonario de pasado dudoso que organiza fiestas en la alta sociedad norteamericana de los años 20 y que está perdidamente enamorado de una mujer casada que se llama Daisy.
Y además le gusta mucho el jazz y beber champagne en copa fina, tulipa, de cristal.
Lo que no sabe el Capitán Ahab todavía es que al final morirá de un disparo efectuado por un marido despechado y nadie irá a su funeral, ni siquiera Daisy.
Saludos de Jim.