Mierda que hacía frío en la casa de la tía Elisa. Podía escuchar como le castañeaban los dientes a sus hermanos en aquella habitación de paredes celestes y techo muy alto. Pero lo peor no era eso, sino que tenía ganas de ir a mear.
Era una casa antigua, y parece que antes no gustaban de hacer el baño dentro, sino que preferían hacerlo aparte, en el patio. Por la ventana podía verlo. Una especie de cuartito, a cinco metros de la puerta trasera. En cualquier situación aquello no le habría preocupado, pero con seguridad estaba cayendo una helada.
Si intentaba dormirse, podía terminar todo mojado. Ya se imaginaba a sus hermanos riendo y a su tía castigándolo todo el día sin permitirle jugar. Tenía que ir.
Se puso las zapatillas para abrigar sus pies, aunque optó por no ponerse el pantalón. Al verse en el espejo, de zapatillas y calzoncillos, le dieron ganas de reír. Error. Aquello apuró la gestión de la orina por querer escapar de su cuerpo. Salió presuroso al pasillo, olvidándose de colocarse alguna campera o lo que sea para un mayor cobijo.
Abrió la puerta que daba al patio y el chiflete le penetró hasta el alma. Estaba seguro que si se meaba encima, el líquido no alcanzaría a mojarlo, porque se congelaría en el instante. Corrió hacia el baño y entró en pánico cuando al llegar a la puerta notó que no podía abrirla. Pensó que estaría cerrada con llave, que no llegaría hacer a tiempo de volver a la casa y buscarla. Pero, entonces, comprendió que estaba girando el pomo para el lado equivocado.
La puerta cedió con un sonido oxidado. El baño estaba frío y por el vidrio roto de una de las ventanas entraba un cihiflete aún peor del que lo había recibido cuando se asomó al patio. Estaba temblando de frío. Quería mear, pero temblaba tanto que no podía ni bajarse los pantalones.
Se iba a hacer encima, estaba seguro. La tapa del inodoro estaba baja. La quiso levantar, sin embargo el frío la había sellado.
- No puede ser - quiso decir, pero le salió un sonido gutural, muy difícil de describir. Los labios, morados, apenas si podían moverse. No tenía dominio sobre los mismos.
Su razón estaba confundida, daba órdenes pero el cuerpo no respondía. Las imágenes mentales parecían cubrirse de un manto blanco, como de escarcha. Y alrededor, el baño daba la sensación de estar cada vez más lejano. Ya no se movía, ni siquiera sentía la necesidad de orinar. También los sonidos remitían. Incluso el frío.
Lo encontraron sus hermanos, bien temprano. Una estatua de hielo, casi perfecta. Muy real, se dijeron.
A media mañana comenzó la búsqueda en el pueblo del niño desaparecido. Los diarios hablaban al otro día del raptor artista, que había dejado en lugar de la víctima, una figura que lo representaba hecha en hielo.
Con el correr de las horas, ésta se derritió.
En vano, todos siguieron buscando al niño.