Hay gente que a la flautilla de Pan que hacen sonar los afiladores como reclamo le llaman chiflo; otros le dicen siringa; también zanfoña, siku, antara, fusa, etcétera. Hay pocas profesiones que han logrado tener un sonido tan identificativo como el del chiflo de los afiladores, esa de suerte de jingle que una vez oído nadie duda de que aparecerá un orensano armado de una piedra de afilar.
Un almagreño hipotenso, con traje ceñido y de la ucedé me contó una vez que cuando Armstrong llegó a la luna se encontró allí a un tipo de Nogueira de Ramuín que pretendía afilarle lo que hiciese falta del módulo lunar, sin traje de astronauta ni nada. Y que al poco llegó una furgoneta de Bolaños de Calatrava voceando pollos y gallinas:
—¡El pollo gigante, la pollita ponedora, los pollitos de colores!
Según contaba el centrado almagreño, la NASA ha mantenido todo eso en secreto. Consideraron que sería un fracaso e incluso un pitorreo mundial que el personal se enterase que después de gastar todo ese dineral y haber realizado el sinfín de pruebas y experimentos previos que tuvieron que hacer, hubiesen llegado antes un gallego en una bicicleta y un manchego en una DKV; a pulmón. Por lo visto, el arcano solo está al alcance de unas pocas mentes superiores y privilegiadas, que se fijen y sepan leer entre líneas.
—Póngame usted otro chinchón María.
Para hacer los pollos de colores, en Bolaños de Calatrava, provincia de Ciudad Real, llenaban cuatro o cinco artesas con pintura al agua de alegres tonos, echaban una almorzada de pollitos en cada una. El que no se moría ahogado o intoxicado valía para la venta.
—Lo que le he dicho de la Luna, amigo Francisco, no se lo cuente ni a su señora madre pues nos va la vida en ello… Hágame usted el favor de rellenar la copa doña María.
No obstante, en Almagro son muy dados a sacar consecuencias precipitadas de todo.
Parece ser que los orensanos aprendieron este oficio de los franceses, quienes tenían el monopolio de la técnica y el arte necesarios para afilar. Cruzaban a España recorriendo pueblos y aldeas ofreciendo sus servicios. Los gallegos cayeron en la cuenta de que aquello, si lo hacían los de allende los pirineos, no debería ser demasiado difícil. Reunidos los ancianos de Nogueira de Ramuín, Esgos, Xunqueira de Espadeño, Pereiro de Aguiar y de Caldelas, decidieron por unanimidad que dada la escasez de las cosechas, era necesario aprender ese oficio y salir a los caminos a hacer lo mismo que los gabachos. Para ello mandaron a Francia a Xan Blanco, de Caldelas, que parecía despabilado, para que trajese a Galicia el arte del afile ambulante.
—Pues yo, amigo Francisco, conocí a un picador retirado que tuvo que vender la pierna de hierro porque no se podía quitar el hambre a puñetazos. Se la vendió a uno de Socuéllamos que empezaba en el oficio y que había sido matarife. Creo que le dio trescientas mil pesetas.
Los afiladores antes arreglaban también los paraguas. Los afiladores anuncian su presencia con escalas en el chiflo (ascendentes y descendentes). Algunos intentaron sustituir la familiar llamada del chiflo por el estridente chirrido de una ballena de paraguas al rozar con la rueda de afilar. Parece ser que el sonido era tan desagradable que en Valencia llegó a prohibirse explícitamente, y la gente tiraba cubos de agua por el balcón al afilador que lo utilizaba.
Esta agradable mañana, casi veraniega, al poco de la amanecida he oído el familiar y agudo sonido de la siringa en el barrio. Cuando he percibido la cercanía de la escala, he salido a la calle pensando ver al afilador y comprobar su maña en mover la zampoña de un lado a otro y tirar del carro. Cual ha sido mi sorpresa al descubrir que era una grabación que sonaba a través de un altavoz colocado en el techo de una furgoneta último modelo.
Y es que las ciencias avanzan que es una barbaridad.