Lo importante es participar...¡Y un cuerno!
Si concursas lo haces para ganar. Aquí y en cualquier certamen por bobalicón que sea.
Nos invaden los concursos: buenos, malos, interesantes, estúpidos...¡qué más da! Es época de competir, y a juzgar por las audiencias, gusta.
Nada que objetar. A quien guste de eso, que lo disfrute. Pero he ahí el problema.
Observo, más de lo que desearía, la obsesión por el triunfo. Y no es la persecución de un sueño largamente acariciado, sino el hambre de ganar, a toda costa, derrotando al enemigo. El ego elevado a máxima potencia.
La competición ni es buena ni mala, es, según se viva. De ahí mi inquietud.
Cuando ganar se convierte en la única posibilidad, el fracaso está servido. Si se logra el triunfo, el ganador beberá la gloria, y recibirá los vítores de quiénes le quieran bien, pero si pierde, cuídese de procurarse una buena autoestima porque va a necesitarla. Ya no existen los podios con tres puestos envidiables por merecidos. Sólo se alza el gran vencedor, El Master, que sin ser discípulo se convierte en Maestro. Los demás, ni siquiera dignos perdedores. Sólo vencidos.
“Ganar” es una palabra que se repite machaconamente en distintos formatos. Si es televisivo, me chupa un huevo (que dirían los argentinos), pero es que la televisión es reflejo o reflector de muchas casas. Y en las casas viven personas que anhelan, que se comparan...que se frustran. Y tienen hijos, y sueños de altos vuelos para ellos, porque sólo hay un podio. Por su bien, por el de ellos.. Y los cargan con un deseo que no les pertenece. Y lo hacen suyo sin saberlo. Y se lo beben. Sin opciones.
Y las hay. De verdad que las hay. No es necesario ser el número 1. El triunfo es otra cosa. Es sentirse libre para ganarse el derecho a vivir la vida con cierta alegría, sin trofeos que adornen.
Ser mejor que ayer, que no el mejor, es otra opción, quien sabe si aún mejor...