que él abraza y nos ofrece.
Quiero soñar y subir al cielo y, una vez allí,
cerrar los ojos,dormir profundamente,
sentir la caricia de la brisa divina,
saborear el néctar de la felicidad y vivir,
(o dormir),
en ese limbo inocente,
donde los niños no quieren dejar de serlo,
y los mayores miran con envidia
a los pequeños.
Cuando llegue la noche vigilaré, con las estrellas,
para ver pasar a los cometasy las sombras celestes
que, seguro, abundan
con sus formas sugerentes.
Quizás me alcancen los suspiros de las sirenas
y de los ángeles,o los susurros de las cigarras celestes,
aunque también, es posible, que me subyugue
la música celeste de los astros
y mi voz se quede congelada
ante este espectáculo.
Rafael Sánchez Ortega ©
12/04/19