Revista Talentos
Le encantaba, amaba su trabajo; coser cicatrices de la talla cien, ribetear subidas de glúteos, zurcir extracciones sebosas. Llegaba a casa y se aburría. Una de esas noches, su mujer, desde la cocina, con el relleno sobre la mesa, gritó desesperada: "¿¡Pero quién le ha cosido el culo al pollo!?".