Soy pobre. He malgastado toda mi juventud en no serlo (al precio de estrés crónico, no comer bien, ni tiempo para domir, el pelo volando al suelo en manojos, toneladas invertidas en Almax y Omeprazol) pero soy pobre, atendiendo a casi todas las categorías teóricas o económicas de clase social. El hecho de que no necesite los servicios de asistencia para comer, hacer como que vendo kleenex en las esquinas (nunca los compra nadie) o que no me haya inmolado por pura desesperación a las puertas del Congreso cuando acaban una jornada es porque mis padres son de clase media y echan una mano, incluso tienen una jubilación. Algo a lo que matemáticamente no voy a tener acceso, a menos que la retrasen en un futuro a los 80 años.
También es el motivo por el que puedo reflexionar y tú, desde tu pantalla y tu cómodo asiento (en el metro, en la calle, en tu casa, una oficina o un bar) estás leyendo estas líneas. Tomo aire, porque este artículo ha dado vueltas en mi cabeza durante varios días y lo más sencillo es caer en generalizaciones populistas y violentas que no apunten a las contradicciones del sistema.
Así que tomo aire, como digo. Borro todas las páginas y páginas de intentos para este post, busco el esqueleto del resumen. Puede que el Periodismo esté mal pagado de por sí, puede que también sea el extraño fenómeno por el que los salarios son la mitad en Andalucía (y eso que en Málaga capital el coste de la vida -comida, alquileres, impuestos- no se alejaba mucho de Madrid o Barcelona por lo alto). Pero aquí el precio y las cantidades no me importan. Me importa la destrucción del ser humano, que es precisamente el sentido del cisne postmoderno.
Las cifras son sólo un indicativo de que ha triunfado el lento proceso de adoctrinamiento social durante toda mi juventud. Por fin entiendo por qué los ciudadanos no actúan: si ha ocurrido conmigo, que no tenía cargas reales y testificadas, cómo no va a ocurrir con toda esa gente que sí las tiene: matrimonios firmados, hijos, hipotecas, préstamos.
Lo primero que te enseñan es que no puedes hacer nada porque las cosas son así. Y para qué vas a hacer nada, tampoco. Meterte en follones, reclamar tus derechos, protestar judicialmente por los trapicheos de las empresas, reclamar las cantidades justas que pone en los convenios. Para qué. El Periodismo es así o a los jóvenes les ofrecen porquerías de ese estilo, busca y encuentra otra cosa mejor y así dejas eso.
Una y otra vez la palmada en la espalda y la risita. Lo dicen los abogados laboralistas, a los que sondeas por curiosidad después de una serie de conferencias. Lo dicen disintos sindicatos y represantes sindicales, que celebran una jornadas reivindicativas llenas de proclamas utópicas, pero cuando vas a consultar por si puedes hacer algo, te miran de manera condescendiente por encima del hombro; no eres un trabajador de verdad, porque no eres un obrero de una fábrica y tu caso afecta a dos o tres trabajadores, no a 20 o 30 que puedan perder su empleo. Hasta la Asociación de Prensa correspondiente, este encogerse de hombros, son así las cosas.
Cuando algo ocurre una vez, puede ser casualidad. Dos, ya no tanto. Tres o más, es necesario prestar atención.
Una y otra y otra vez.
Después ya no queda espacio donde elegir (oh, crisis). El propio "sistema" sólo te ofrece, como mujer relativamente joven, delgada y no demasiado fea, ser el reclamo para distintas acciones comerciales como promotora. Dependes del azar y los caprichos, para una empresa tu hora vale 8,50€, para otra 3, para otra 5. Y adelante, porque eres quien trae la mayor parte del dinero a casa para mantener a la pareja. Aquí ni el pensamiento positivo ni el emprendimiento funcionan: no estás en disposición mental para elaborar ningún plan alternativo de negocio, también te han repetido que tus habilidades técnicas son una cosa menor, innecesaria o sin importancia, que es justo que estén mal pagadas porque tampoco eres una firma que pueda reclamar "caché" alguno, no eres nadie.
¿Cómo acaba?
No lo sé. Seis años me ha costado conseguir un año cotizado, encadenando no ya trabajos temporales, sino temporales y parciales (menos de media jornada). Un respiro de subsidio por desempleo, con la proeza de encontrar antes otro trabajo temporal, para encadenarlo con otro, seguido de otro. Empezar y acabar un año (2015) con empleo es algo extraordinario que llevaba siete años sin experimentar.
Es un falso oasis (490€/mes por vender aparatos de cocina, ya no hay más cosas para gente que supera los 35 años), un burdo espejismo que sirve para interpretacions positivas de la propaganda política (en la promoción anterior, oficialmente era un contrato indefinido a media jornada, en la práctica otro temporal más). Pero un respiro. Tanto me he venido arriba que por fin mi cabeza volvió a su sitio y he emprendido nuevos estudios universitarios (de todos los que me quedan por hacer).
En contra del segundo bastión de impotencia que levanta la sociedad para que me quede quietecita (ya eres una vieja, tienes casi 40 años) vuelvo a empezar de nuevo todo y en nada me diferencio a como si tuviera 20 (los mismos salarios, incluso).